Resulta que en los tiempos del ñauca, a los trabajadores en el campo les avisaban que era la hora del almuerzo con un escopetazo al aire. No había tiempo que perder (las con- diciones de la pega ya se las podrán imaginar), y partían de inmediato, enseguida, al tiro a por la comida. Con el tiempo, sin embargo, el sentido del término ha ido perdiendo su premura y no es raro que uno se quede esperando por siempre a aquel que le ha prometido y rejurado que altirito nomás vuelve.
El sabor de nuestra lengua