Equivalente a “¡Sabrá Dios!” o “Sepa la bola. Es una expresión sintética, sin vueltas. Las tres acepciones tapatías más comunes son: 1. No saber, ignorar algo, no recordarlo; 2. Insinuar algo, intrigar o sembrar misterio: “Pedro me dijo que no iría a la fiesta, pero luego ahí estaba... saaabe”. Nótese que en esta modalidad el “sabe” tiene una particular entonación: el alargamiento de la letra “a”, con el sonido grave y una variación de la voz hacia abajo, y 3. Equivalente a la expresión “Ya no estés molestando”: —Qué onda, vamos al antro. —No tengo dinero. —Ándale, vamos. —Que no tengo dinero, saaabe.
Comida tradicional al salir de la escuela o del templo. Dicen los vendedores ambulantes que el salchipulpo nació en Tlaquepaque y luego se extendió por toda la Zona Metropolitana. La preparación es sencilla: se fríen las salchichas —cada una con varios cortes verticales hasta la mitad— hasta que toman la forma de un pulpo. Los cortes, ya ondulados, forman los tentáculos. Se sirve en plato de unicel y se le pone cátsup, mostaza, limón o chile de botella al gusto. El salchipulpo puede acompañarse de papas a la francesa. Esta fritanga también originó el salchitaco, que es la salchicha envuelta en una tortilla de maíz y frita en aceite.
Es la más grande de la familia de las canicas —las bombochas chilangas. Por tener manitas pequeñas, a los niños se les dificulta jugar con las cacalotas pero, por el tamaño de éstas, pueden llegar a valer hasta cinco agüitas o dos americanas, sin embargo, yo nunca la cambiaría por “mi tirito” —mi favorita para jugar— o por una “ojo de gato”. Aunque hay quien dice que sólo vale dos dobles o tres sencillas. Al jugar canicas, “no se vale hacer la pala...” —cuando dos se ponen de acuerdo para ganarle a otro— y “siempre hay que jugar a sus uñas” —cada quien juega con sus propios recursos.
Si usted escucha la frase “Para alzar la pieza ocupo un balde”, no tema, nadie está planeando una remodelación mayor a la casa, sólo va a recoger y dejar cada cosa en su lugar. Para el tapatío de raigambre este verbo es sinónimo de guardar y recoger, por lo que si alguien le dice “Alza las manos”, lo mismo puede levantarlas que guardarlas en los bolsillos. Pero no desdeña la etimología así nomás, apegándose al origen del término, también lo usa para referirse a quien anda por la vida con el ego por las nubes o se cree la última cerveza del estadio en un partido de las Chivas cuando jugaban los domingos a mediodía: “Désde que ganó el premio se volvió bien alzado”.
Platillo de chivo o cabrito en salsa de sabor fuerte, muy líquida y abundante a la que se añade cebolla picada cruda y, por supuesto, limón: la birria de Las Nueve Esquinas, la de Herrera y Cairo con Belén. Ya hay birria de res, pero es heterodoxa y para quienes tienen repugnancia por el olor del chivo. // Trabajo mal hecho: Oiga, maestro albañil, ese arreglo que me hizo fue una birria: los ladrillos se despegan, están desnivelados...
De niño escuchaba a los mayores: “Es una lerenga” o “Es una lerenguilla” cuando se chismeaba de la joven del barrio que gustaba de divertirse más allá del recato y el decoro de las buenas familias. En cambio, si se referían a un hombre el significado era “tonto”. “Ah, si serás lerengo”, sobre el chavo medio tonto para declarársele a la chica u otro tipo de acciones del que todo hace mal. Una misma palabra con dos usos diferentes: el cercano a la acepción del diccionario y el otro un tanto machista. Se suele usar “lerengo”, aunque las palabras precisas de acuerdo con distintos diccionarios son: “terengo”, “terenco” y “lerendo”.
Con esta expresión se refiere a los homosexuales afeminados, sobre todo para denostarlos; incluso dentro del ambiente gay se utiliza la variante “jota” para hablar de alguien que es “una obvia”, muy amanerada, pues. Se cuenta que esta palabra surgió a principios del siglo XX cuando en la cárcel de Lecumberri, en la Ciudad de México, se encerraba a los homosexuales en la crujía “J”. Tierra de charros y machos, se dice que en Jalisco se dan los hombres... pero entre ellos. Entre heterosexuales se usa la palabra como una expresión para aludir al que se raja: “No seas joto y vamos a chupar, cabrón”.
La palabra deriva del vocablo náhuatl chahuitzli, enfermedad del maíz. En la época prehispánica que cayera esta plaga sobre la cosecha, significaba una tragedia. Al día de hoy “Ya te cayó el chahuistle” es una frase de dominio público para hacer una advertencia o burla a quien fue sorprendido en algo bochornoso o indebido. Cuando te pasas un semáforo y llega el oficial de tránsito, te sorprenden copiando en el examen o “con las manos en la masa”, cuando aparece en la reunión el invitado non grato o gana Trump las elecciones, te sobreviene la tragedia, te cae el chahuistle.
Del purépecha chakape‘xicara, que significa vieja. También se utiliza para nombrar el cuenco de la cáscara del coco, a las vasijas viejas, los trastes sucios y los restos de algo que se ha roto. Por extensión, se llama así a cualquier cacharro u objeto viejo o de escaso valor. “No dejes que se te escape / el amor que te ofrecí, / que no soy cualquier chacape / pa que te olvides de mí”.
Descontrol en la operación de un proceso, desorden en el estado de las cosas, desacomodo natural de los elementos que componen un todo. Pero para algunos es la eliminación del gas intestinal que incomoda la existencia, o bien, cuando un sarao se sale de control debido al consumo exagerado de tequila o cualquier otro insumo embriagante o estupidificante. Aplica también como sinónimo de los narcobloqueos que han tenido lugar en la capital jalisciense, los cuales paralizan la ciudad completa e infunden nerviosismo en sus habitantes. Éstos serían unos despedorres violentos o, más de moda, narcodespedorres.
Montón de fierros viejos acompañados del recuerdo de lo que alguna vez fue un motor, sostenido por cuatro milagros y perseguido por una característica humareda oscura. La carcancha es el transporte favorito del mexicano, seguido del camión guajolotero y las combis en mal estado. Las hay desde el clásico vocho modelo 78 (el Herbie) hasta la Valiant Volare del 79. La carcancha es preferida en colores como el azul descarapelado, verde asoleado, rojo destartalado o cualquier otro color en tono oxidado. Por obvias razones la carcancha no es muy rápida ni apta para manejarla en carretera; como diría Selena, es más bien cuestión de ir paso a pasito.
Respuesta lógica o la media naranja del diálogo tapatío por excelencia: “—¿Edá?” “— Ei...” Técnicamente es una interjección fática... o sea que es una palabra —no un simple reflejo, aunque lo parezca— que sirve para continuar o puntualizar la comunicación, sin decir realmente nada. A veces es sinónimo de “sí”, otras veces es un modo de dar el avión, en ocasiones es un arma de la ironía, pero con mayor frecuencia es un simple acuse de recibo, una sílaba nomás para decir que sí escuchamos lo que nos acaban de decir. No se confunda nunca con “hey”, que es otra interjección muy distinta: No es lo mismo “Hey, Juan, ven para acá” que “Ei, Juan, como tú digas...”.
Esta palabra se deriva del vocablo náhuatl xoloitzcuintle, nombre del perro mexicano. En México se usa para referirse de manera despectiva o con molestia hacía un niño cuando se está portando mal: “¡Escuincle latoso deja de tocar todo!”. Los escuincles son los inconfun- dibles niños que brincan, entran, salen, tocan, gritan, rompen sin parar. Son aquellos que les sacan “canas verdes” a las mamás y a las tías, y a los abuelos... En todas las familias de seguro hay un escuincle, ¿ustedes conocen uno?
Se utiliza cuando se intenta que algo que se ha roto vuelva a funcionar, y cuando algo funciona bien o mal: charcha bien o charcha mal. Cuando el improvisado mecánico tapatío por no pagar al mecánico profesional repara el coche en su casa y pone a la esposa a que le ayude, le dice que encienda el coche mientras él observa el motor: “Chárchale al encendido”, o si hay necesidad de darle al acelerador: “Chárchale, chárchale...”. Entonces la esposa dice: “No charcha bien tu cosa esa... está bien furris” (“furris”: algo corriente, de poca calidad, o feo).
Una palabra que no permite equívocos o que los permite todos. He escuchado a mucha gente usarla de manera indiscriminada y mal, como “mamalonche” o como “ñengo” o “tínguaro”. Cada una de estas palabras merecería una discusión aparte, pero para canchar hay que tener una disposición ontológica. No cualquiera cancha y soporta el peso del otro. Canchar va más allá de cargar. “¿Quieres que te canche?” implica un grado de empatía, de confianza y respeto por el otro. No todos canchamos o podemos canchar. Sólo los elegidos, sólo los que han alcanzado el grado de sayayín tienen el derecho. Que los mortales, los otros, carguen o levanten.
En Jalisco, sobre todo en Guadalajara, los diminutivos se usan para lograr una empatía entre los conversadores. Los tapatíos utilizan la expresión “en el mero filito”. Si de por sí el filo es la exacta unión de dos partes, pudiendo ser de un mueble o del interior de una construcción, el “mero” no es reiterativo sino que precisa un choque entre tal estructura y una parte del cuerpo humano. Es costumbre que este golpazo se reciba en la tibia, hueso que hace exactamente un “filito” en la pierna. // Pequeño ejemplar colorido que se edita cada año para difundir la vida y obra del ganador del Premio FIL en Lenguas Romances.
Se le dice a una persona considerada inferior en alguna habilidad o destreza. Es una expresión muy popular en los barrios para manifestar superioridad en las peleas, el arte de la seducción o el deporte. A menudo se utiliza en el mismo sentido que el anglicismo bluff para disimular la propia inferioridad. En la jerga de los pendencieros de barrio “Me la vienes guanga” es un mero alardeo, las más de las veces inofensivo; para proferir amenazas más serias son más comunes otras expresiones (como “Ya valiste verga”).
Albergue poco apreciado del deseo. Fetiche del demonio de la tentación. Última sucursal del hambre, donde la saciedad es lo último que se cultiva. Es una palabra de origen tapatío, aún no reconocida por la Real Academia de la Lengua Española, pero sí identificada entre los lugareños de esta tierra, común en la degustación callejera que implica la prueba de antojitos o gusgueras que van desde los churros, duritos, palanquetas, buñuelos, algodones, elotes, nieves de garrafa, jericallas y demás deleites reconocidos por el barrio.
Enjuta es el espacio triangular que se genera entre un arco y otro cuando forman una arcada. En el dicho tapatío estar enjutado describe la situación en la que hay falta de espacio, que se está apretujado o apachurrado entre otros: “Me choca estar enjutado entre tanta banda”, “Separa las flores, no lucen si están enjutadas”. Nada que ver con las definiciones que vienen de “enjuto”: una persona muy flaca, o también un lugar muy seco.
Su definición se encuentra en los diccionarios, pero su uso es poco frecuente fuera de Jalisco. Significa estar deprimido, triste, decepcionado. En Guadalajara generalmente se le antepone el “bien” como sinónimo de “muy”: “Anda bien agüitada”. También se usa en expresiones para dar ánimos: “¡No te agüites!”. En otras regiones rurales del país se utiliza para referirse a animales alicaídos o enfermoso a plantas moribundas. Los tapatíos utilizan este verbo y sus derivados exclusivamente para denotar un estado de ánimo de las personas.
Dícese de una persona a la que le vale lo equivalente a nada ponerse muy mona para ir a la fiesta, o echarse el molcajete encima para salir con el canchanchán, el uyuyuy, el galancín o la galancina: “Oye, m’ija arréglate, hoy andas muy guandaja”. Condición exclusiva del ser... ¡pero del ser descuidado! No se baña ni se peina ni se pone perfumito.
Define un modo de ser y formarse profesionalmente en el ITESO. Nombra lo mismo al estudiante con desparpajo hippie, al activista cultural desmadroso y al hipster creativo. Más que la procedencia, la marca de itesiana o itesiano es una declaración de principios, un modo de aproximación a las experiencias sensoriales y también etiqueta identitaria: híbrido posmoderno de lo alternativo, la responsabilidad y la movilización con causa.
Para el low rider y el cholo, la ranfla es el carro en el que se han puesto los ahorros y los sueños. Es el sueño americano en cuatro puertas con sus diseños de flamas o palmeras. Rin cromado, llanta ancha... Equipado con su sonido para llamar la atención de las jainitas que saben distinguir a un hombre trabajador y próspero por el arreglo de su nave. Ámola en la ranfla, ése, trépate, hay que caerle al toquín, allá están las morras, bato. Lente oscuro, sombrero de medio lado, tatuajes de la virgencita... No sobra recordar que esta raza viene del lado incorrecto de la Calzada Independencia, que separa las colonias buenas de los barrios.
Locución verbal mediante la cual se declara una obviedad —nada más fácil que corroborar que llueve. Que no se diga “Está lloviendo”, o sencillamente, “Llueve”, sugiere que el tapatío tiene una gran fe en la suficiencia instrumental de las palabras y le tiene sin cuidado la gramática más elemental. Una muestra de ello es usar sin el menor reparo una construcción como “Ya andaba yéndome, pero andaba lloviendo y además me andaba”, prístina y absolutamente leal a lo que se busca comunicar, por mucho que la gramática pueda desesperar al tratar de desentrañarla.
“Me dijeron que te vieron por allí”, “¿qué dijiste?”, “ay, sí. Hazte el sordo”. Gracias a una magia cultural los mexicanos contamos con este recurso salvador. Hazte, cuando se acompaña de un adjetivo, equivale al acto de transformarse en lo que sea necesario, aun- que luego haya una recriminación. Puede ser, asimismo, un mandato o una manifestación de dominio. También se usa en forma negativa: “no te hagas, pon una foto en el Face para que sepan que somos novios”. En este caso se exige que el otro salga de su escondite y acepte la realidad. Pero casi nada es real, siempre nos estamos haciendo.
Hierbita peludita que cubre la tierrita. Una suerte de imán para tapatíos y transeúntes fatigados: “Ah, ese zacatito está bueno para echar una pestañita”. Antes abundante en los parques públicos de Guadalajara, hoy está en peligro de extinción —al igual que los parques públicos en Guadalajara—. Pasto poco exigente que habita también casas y baldíos.
Es el futuro arrebatado de un fruto que tuvo que ser otro porque no le permitieron madurar. El tapatío, como buen cristiano, la come después de ir a misa. La bolsita de guasanas, con su chilito y limón, suele venderse en los atrios de los templos grandes de la ciudad. Para saborearla hay que desnudar la legumbre verde y hacerla tronar de un mordisco. Cada quien califica su sabor según su suerte: a algunos les sabe a tierra, a otros a nuez o castaña, y no falta el loco que la califique como una botana agria y verde como el carácter de la mujer tapatía.
También hay malos en Jalisco, malos que ajeran. Quien ve feo a otro lo está ajerando. Quien usa a otro como sayo lo ajera. Ajera aquel que busca pelea o bronca, aquel que rebaja y humilla a sus semejantes siempre con la intención de tener el mando sobre ellos. El término correcto para el bullying en el universo tapatío es “ajerar”. El hostigamiento es para otro tipo de malos; aquí nuestros malos ajeran: “El ojete ajera a su sayo”.
Denominación afectuosa de los chilangos desde la década de los ochenta —cuando se inició un exilio masivo de ellos hacia Guadalajara—, Guanatos es uno de los pocos nombres informales que siguen vigentes, que ya no es la Ciudad de las Rosas. Los más veteranos entre los habitantes contemporáneos de la otrora perla de Occidente afirman que el término Guanatos fue importado por aquellos tapatíos que vivieron por un tiempo en la Ciudad de México. Actualmente es aceptada por unos y otros.
El chingaquedito está en todos lados. Uno de los lugares donde más merodea este es- pécimen es la oficina gubernamental, su mirada de insecto parece distraída, pero sabe moverse. Mientras el gran chingón publicita sus ambiciones con su estridente fanfarro- nería, el chingaquedito, como un camaleón que lanza su mortífera lengua a su presa, se convierte de súbito en el favorito del jefe y logra el apetitoso ascenso. Y así va, deslizán- dose por la vida sin hacer ruido, chingándose a los demás, de a poquito, que casi no les duela, y cuando se dan cuenta, se chingó a medio mundo.
Mote del equipo de futbol Guadalajara. Su origen se remonta al titular de la crónica deportiva “Jugaron a las carreras y ganaron las chivas” aparecida en 1949 en el diario El Informador al día siguiente de un terrible partido protagonizado por el Tampico y el Guadalajara. En la crónica se hacía eco de las burlas de los aficionados del Atlas, quienes decían que los jugadores del Guadalajara eran sólo unas chivas brinconas. No se sabe si directivos y aficionados del Guadalajara adoptaron el mote para que no tuviera una trascendencia negativa.
Tubérculo comestible incorporado al habla como calificativo de algo que de tan fácil no requiere gran esfuerzo ni preocupación: “El examen va a estar papa”. En el ámbito del deporte, eufemismo para señalar la ubicación del rival más imbécil: “Tira la pelota por la derecha, ahí está la papa”. Antepuesto el pronombre qué, forma una voz arcaica que cuestiona la verosimilitud de un relato, con el respaldo teórico del escepticismo callejero: “Dijo que él solito construyó su casa en un mes, ¡qué papas!” Interjección que equivale a un sí entusiasta, contundente; dícese, aunque ya poco, cuando sin óbice una propuesta acéptase: “¡Papas!, nos vemos mañana en el Parque Rojo”.
Buki, como bukri, indica crío o criatura. Esa voz, por extensión, nombra a los niños. Su raíz viene de buke, verbo que en lengua yaqui indica criar. Bichi significa desnudo. Horacio Sobarzo, en su libro Vocabulario Sonorense indica la posibilidad de que bichi venga de bichikori, término con el que se nombra a las verduras secas. Procedimiento a través del cual se secaban verduras y flores para contar con ellas en tiempo de extremada sequía o frío. Es posible que bichikori se refiera a lo seco, pero no hay testimonio del uso de esa palabra en ningún diccionario yaqui-español.
Fruto del guamúchil, un árbol de gran altura y tronco caprichoso. Contenido en una vaina, su cuerpo carnoso recubre las negras semillas. Cuando maduro, es blanco, dulce, pero puede adquirir un tono de rosado a rojo rubí. La vaina se hincha hasta que se abre y se desgrana en las alturas. El mejor instrumento para bajar guámaras es el gancho guamuchilero, hecho de carrizos de más de tres metros, al que se amarra en la punta un gancho de ropa. Su alto contenido de proteína provoca gases después de ingerirlo. Su recuerdo permanece en el aliento, por eso no a todos les gusta comerlas. Nunca debe comerse verde pues es enchiloso, agarroso y aún más flatulento.
Bofetada o cachetada que, al aplicarse con cierta fuerza, obliga a quien la recibe a voltear bruscamente la cara hacia un lado: “Le arrió un soplamocos en pleno guardafango molar que hasta le saltó dos dientes...”
Las ñáñaras son un momento, un espacio en el que lo eléctrico conquista el cuerpo. Em- piezan con la primera eñe; nacen como suaves mordiscos de araña en la parte baja del estómago, sensación que sube rápidamente hasta que se fruncen los labios en forma de virgulilla. Otra eñe y se viene un pequeño temblor, se contrae la garganta, el cuerpo se encoje y tiembla como s desde los hombros mientras que la piel se enchina de frío. Dicen que sentirlas es recibir caricias del más allá.
Los jeringos habitan un submundo, en medio de trastos tirados, ropa arrinconada, olorosa a sudor y otros efluvios corporales. Son felices en su hacinamiento. Acostumbran vivir por decenas en una misma casa. A veces cada uno de los miembros tiene una mascota, flaca y entelerida. Cuando niño, en mi pueblo vivía una familia de jeringos que disfrutaba su manera de vivir. A la distancia se distinguía el hedor que salía de la vivienda; era rancio, agrio y se combinaba con el aroma de sus guisos. Se les veía espulgarse unos a otros. Los jeringos viven absortos en su propia suciedad, para ellos la limpieza no existe y la cordura es una palabra que desapareció de su memoria.
El tapatío está ranqueado entre los más machos del mundo. Cómo no iba a ser teniendo litros de tequila para alentar la bravura a tanto afeminado por las calles y harta doncella tan mantenida. A diferencia de lo que se podría definir como un verdadero macho ante el sexo opuesto, el macho tapatío tiene como fin legitimarse a sí mismo entre otros hombres con expresiones como: “Me la pelas”, “Vete a la verga” o “Soy tu padre”. Además del sistema métrico decimal, el macho tapatío utiliza la medida metafórica del pene.
Los tapatíos chovinistas dirán que un charro es la persona que en la Colonia se dedicaba a la cría de ganado en las haciendas; perita en la doma de caballos y ataviada siempre con sombrero de ala ancha, pantalón con botonadura de plata, chaquetita y corbata de lazo. Pero, cualquier buen tapatío sabe que un charro es un líder sindical que prefiere negociar con los patrones y las autoridades políticas para proteger sus intereses personales, por encima de los de sus representados. Ahora que si de Charros se trata, en Jalisco tenemos nuestra novena beisbolera, lanzan strikes y pegan de hit mientras la gente en la tribuna del Estadio Panamericano canta al son de “We will rock you”, de Queen: “¡Todos somos Charros!”.
Acción y efecto de sufrir, como persona, animal o ser imaginario, aplastamiento de camión a toda velocidad, arrollo de camioneta conducida por un chofer distraído o violento empujón de automóvil que sale de la nada. Se trata de un verbo muy utilizado para construir, con un toque de dramatismo, las advertencias de las madres tapatías a los hijos que andan por la vía pública, preocupadas siempre de que sus vástagos no caminen peligrosamente despreocupados: “Si no te fijas al cruzar la calle un carro te puede machucar”.
Se refiere a algo que molesta o desagrada: “Ya no soporto a tu tiznada madre”; a cualquier cosa que no se encuentra: “¿Dónde estará la tiznada llave?”; una situación muy compli- cada: “Lo de terminar el libro está de la tiznada”; un lugar tan distante que queda “hasta casa de la tiznada”. Irreemplazable expresión de hartazgo definitivo: “Vete mucho a la tiznada”. Palabra mágica y personalísima, si decimos “¡Me lleva la tiznada!”, habremos liberado al espíritu de todo hollín, de todo humo, de cualquier tizne.
Del purépecha t’úpu‘obligo, que significa ombligo, principalmente, el de los bebés. También hace referencia al cabo de la calabaza, del jitomate o de cualquier fruto que lo tenga. “Te gusta vestir rabón, / según se mira y se supo: / no le hace que estés panzón, tú vas enseñando el tupo”.
Fruto del pitayo, una cactácea. En los días cálidos de mayo baja de los cerros y sube de las barrancas para anunciarse con megáfono por las calles y para lucirse en los puestos de las Nueve Esquinas. Redonda, revienta de su cáscara espinada y gruesa cuando alcanza la máxima madurez, y deja a la vista una pulpa siempre fresca, que centellea bajo el sol con miles de brillitos entre sus rojas, rosas, moradas, amarillas o blancas hebras. También es llamada “fruto de piedra”, pues brota en suelos donde la roca madre está casi a flor de piso. A los tapatíos les gusta contar la anécdota de que en el exclusivo restaurant Maxim’s de París eran servidas como postre excéntrico.
En la vida es mucho lo que se puede pelar: una fruta —una naranja o un plátano—, un animal —peló gallo, en el sentido de huir, o peló sus pollos, equivalente a que se amoló—, una conducta —no me peló o no me hizo caso; o una súplica: ¡pélame!, por hazme caso—, el miembro viril —“me la pelas”— o hasta los ojos —peló los ojos. Detengámonos aquí: no significa literalmente cortar los párpados, sino abrir los ojos de manera desmesurada, enorme, como cuando sorpresivamente recibimos algo o nos causa miedo o terror. Pelar los ojos es poner al descubierto, más allá de lo natural, los globos oculares. Una dama con hermosos ojos tapatíos, siempre podrá, con su belleza, pelar los ojos.
Desde la década de los 80 se utiliza esta palabra de manera coloquial como una expresión de sorpresa, admiración, negación, enfado, alegría o tristeza. Se identifica su intención de acuerdo al contexto en la que se usa. En ocasiones el tono se puede alargar para modular la expresión: “¡Chaaale, me robaron mi carro!”. Esta onomatopeya se utiliza mucho en México, como dice Jaime López: “Ya chole chango chilango que chafa chamba te chutas no checa andar de tacuche y chale con la charola”.
Hasta en la mesa los tapatíos quieren ser únicos, por eso su identidad se amasa firme entre la crujiente y dorada consistencia del birote. Este pan excepcional no puede faltar como protagonista de la torta ahogada, de un lonche de pierna o como fuerte competidor de la tortilla; si no, aderezado con nata, cajeta o un sinfín de delicias. Cuentan que fue hallazgo de una familia francesa de apellido Birrott o Birouette que se avecindó aquí en el siglo XIX. Los intentos de imitar su tostada corteza y su sabor, entre ácido y salado, no ha tenido mucho éxito, porque sólo las condiciones climáticas de Guadalajara dan a la masa ese punto exacto y exquisito.
Guácala, esa palabra de uso coloquial, acompañada por signos de admiración y una expre- sión facial inconfundible. Se da en ese preciso momento en que una sensación de desa- grado invade tu cuerpo y como respuesta arrugas la nariz, encoges los hombros, cierras los ojos y giras un poco la cabeza, todo al mismo tiempo y exclamando ¡Guácala! Recuerdo cuando era niña a la hora de la comida, el guácala siempre se hacía presente: “¡Guácala, yo no quiero hígado!”, ¡Guácala, eso es asqueroso!”.
Dícese de la persona, sujeto, sujeta, objeto u objeta de condición relajada, de presumible escaso entendimiento, propiciado por el vaivén del devenir habitual de las cosas; precisarse con gran sosiego, en actitud casi filosófica, al punto de confundirse, con la placidez del ocu- pado por responderse la eterna interrogante sobre la inmortalidad del artrópodo crustáceo del orden de los decápodos, conocido vulgarmente como cangrejo.
Dicen que hay una gran diferencia entre lonche y torta, y una más extrema entre torta ahogada y lonche bañado. Los lonches se preparan con bolillo fleiman, suave, apenas con sal. Los lonches del Santuario son mitades del pan, servidas con lomo o pierna o panela, y bañadas en una salsa de jitomate con orégano. Hay los otros lonches, auténticos si se les agrega crema de rancho, chile jalapeño, lomo, aguacate y una pizca de sal de grano, dejada caer al desgaire. El Síndrome del Jamaicón tiene como causas extrañar a la madre, las tortillas y el chile. Yo creo que el verdadero síndrome es el que se siente cuando es difícil encontrar un buen fleiman para preparar un lonche, bañado o no. Así sea.
Dícese así cuando se acorrala, estrecha, aísla, sitia o arrincona a una persona, o acaso algún animal, usando por lo general los brazos para impedirle escapatoria alguna. En general se le adjudica al hombre que abraza a una mujer y la tiene contra la pared: “Allí te tenía, atrinchileada en lo oscuro y besuqueándote todita”. En su novela Pedro Páramo Juan Rulfo revierte la situación y es una mujer la que estrecha a un hombre: “Me acosté con él, con gusto, con ganas. Me atrinchilé a su cuerpo; pero el jolgorio del día anterior lo había dejado rendido, así que se pasó la noche roncando”.
Es el trono de los tapatíos. En Guadalajara los monarcas de la casa se sientan en uno hecho con varas entretejidas y respaldo de cuero. Al acomodarse en su equipal el monarcus tapatius recuerda que es la especie que logró dominar a todos los animales, y encima de la piel de una bestia se toma su michelada mientras ve el clásico de clásicos: Chivas vs. Atlas.
Aunque ya conocía a muchos Panchos (hipocorístico de Francisco), no había visto a alguno causando un lío o un drama, como refiere la palabra en el sentido de armar un pancho o hacer un pancho. Quizá podríamos imaginar la incursión de Pancho Villa en Columbus, Nuevo México, en 1916, como un verdadero pancho. Su sentido predominante, hacer drama, lo escuché en los años 80. Desde entonces, la idea de lo exagerado y ruidoso se funde con el pancho. Paradójicamente, el diccionario lo define como tranquilo o inalterado. En lo que a mí concierne, ya no puedo ver a los Panchos igual.
Palabra del hebreo que significa “viñedo elegido”. Se cree que se acuñó a fines del siglo XVII cuando a unos emigrantes se les preguntó su lugar de procedencia y contestaron que del Valle de Soreque, allá por las montañas de Judea. Como no entendían bien el español, era difícil comunicarse con ellos, y por asociación fonética con la palabra “sordos”, en un principio se pensó que lo eran, además de tontos, pues no comprendían ni las señas. Ahora designa a un tonto o medio sordo, aunque también hay otros soreques entre nosotros, aquellos que van por la vida haciendo oídos sordos y a su aire.
Hubo una caseta de vigilancia en la esquina sur del Palacio de Gobierno y sobre ella quedaba parte de la inscripción: NISI DOMINVS CVSTODIERIT CIVITATEM FRVSTRA VIGILAT QVI CVSTODIT EAM (Si el Señor no custodia la ciudad en vano vigila quien la custodia a ella). Y resultó que la expresión QVI CVS– ...que terminaba al doblar la esquina... –TODIT EAM, quedaba exactamente sobre la cabeza del policía de guardia. El español se formó del caso latino ablativo o en las palabras con nominativo en us: cuius, cuio, cuyo... Así fue natural que QVI CVS pasara a cuico.
Contracción, en lengua hablada, de “mira”. Muchos tapatíos la utilizan, por ejemplo, para advertir con cariño a sus pequeños: “Ira m’ijo, ten cuidado”. O para señalar a quien está al lado algo que provoca sorpresa: “¡Ira, ira, allá! ¿no vistes?” Hasta hay un chiste, que dice que el Viagra provoca ira cuando comienza a hacer efecto: “¡Ira, ira! ¡Oooh!” Hay quien sabe que se debe decir “mira”, pero por costumbre, en la vida diaria usa ira, del verbo irar.
Cuentan que como los niños del Hospicio Cabañas no querían comer, una monja inventó este postrecito con harto huevo, leche, canela y azúcar, más aguado que un flan pero más cremoso que una crème brulée. Para llegar al interior de la jericalla hay que romper su sello distintivo: una capa dorada en el horno. Por las mañanas se vende en los puestos de jugos, pero su fama se debe a que corona la típica comida en una fonda o cenaduría, como refiere el personaje de la canción “La tapatía”, de El Personal, que luego de zamparse tostadas, sopes, atoles y tamales ruega a su amado: “¿Sabes qué quisiera, m’ijo? Que antes de que yo me vaya, cómprame una jericalla”.
Dicen que Jalisco nunca pierde y cuando pierde arrebata. No obstante, en este caso no estamos ante alguien pendenciero y bravucón. Cuando el tapatío de cuna dice a sus amigos “Ahorita vengo, voy a echar lío”, no quiere decir que vaya a buscar problemas en una cantina. Todo lo contrario, nuestro amigo se dispone a ir a casa de su novia para platicar, acción que en otras latitudes se conoce como “ir a checar”, “echar reja” o “echar novia”. Aunque no hay un horario establecido para echar lío, la hora más común es entre las siete y las diez de la noche porque a las diez empiezan a dejar de pasar los camiones, los taxis son muy caros y los Uber... bueno, eso ya es otro lío.
Bebida típica tapatía cuyo nombre original, “cazuelas voladoras”, proviene de La Barca, Jalisco. Los ingredientes comúnmente utilizados son toronjas, naranjas, limas, limones, refresco de toronja —Squirt, de preferencia—, tequila o ron blanco (variante), hielo y una pizca de sal. Se sirve en la cazuela —escarchada con sal— que da nombre a la bebida, con rodajas de fruta, harto hielo y su popote (“pajilla” para los tapatíos). “¡Amos a chutarnos unas cazuelas!”
Frase corta que reflexiona sobre los usos y costumbres y trastoca los clichés, lugares comunes y frases sobadas; es una reconstrucción del lenguaje ordinario, para convertirlo en una sorpresa feliz. El periquete –pariente del aforismo y la greguería- fue introducido en Guadalajara por Arturo Suárez, alias “Arduro Suaves”, fundador y conserje del Club de Periqueteros Solitarios de Occidente, Asociación Banal, a finales de los ochentas. Y como dijo el periquetero anónimo: “ya agarraste por tu cuenta las palabras”.
Es el resultado de una fórmula matemática que el tapatío lleva en su sangre, y que no necesita cálculos complicados, pues es la misma entraña la que sopesa, mide y empuja la urgencia de soltar un “¡Qué recio!”. La misma fórmula aplica a “¡Date la recia!”, expresión proveniente de los criollos que encontraron las tierras tapatías muy difíciles de trabajar. El término se fue conformando del sentido de lo vigoroso y violento, mezclado con una nostalgia de las tierras fértiles del Viejo Mundo que, entre lagunas y ríos, se araban a gran velocidad. Para el tapatío sólo significa darse prisa extrema.
Persona blanca y rubia cuyas facciones parecen refinadas, pero de cerca son toscas y coloradas. A tal agravio se suma su procedencia: el medio rural. Identificar con esta expresión peyorativa a alguien es la manera más contradictoria de encarar el mestizaje del que somos fruto: le reprochamos destacar entre las hordas de piel morena pero advertimos que lo campirano no se le quita, será güero pero viene del rancho. De ahí su segunda connotación: el look rubio falso con pretensiones fallidas de ser real.
Se dice de la persona que adolece permanentemente de falta de apetito. Adjetivo que mide el grado de frustración de una madre que, habiéndose pasado la mañana en la cocina, se encuentra con que el hijo, la hija, el marido, o todos, evitan probar los guisos producto del esfuerzo de varias horas. Imagen de mi hermanita —la quinta— castigada en su silla del comedor, sobre la cual pendía la espada de la furia materna: “No te levantarás de ahí hasta que te termines la sopa. ¡Pusteque!” Una complicidad sobre la tarde en que las lentejas, heladas, se pasaban por debajo de la mesa hasta mis manos que luego las llevaban, sin prisa, a las macetas.
En Jalisco se le llama así a cualquier “condominio horizontal” de casas amontonadas en un espacio similar al que ocupa la alberca del cardenal Juan Sandoval y donde el vecino de junto tiene grabados los gemidos de tu mujer y tú las sonoras complicaciones gástricas de la suya.
Contracción de “ahí para la otra”. Eufemismo de “no” con que los tapatíos responden a peticiones de dinero de limosneros y a solicitudes de gratificación de quienes ofrecen algún servicio callejero como cuidar coches, limpiar el parabrisas o “echar aguas”. Como suena rudo decir “No le voy a dar dinero” se opta por expresar con una ligera sonrisa “Aipalotra”. Si se quiere ser todavía más amable se puede completar la frase añadiendo alguna palabra de reconocimiento al interlocutor como “jefe” o “doña”. Los peticionarios saben que esa “otra” difícilmente llegará.
En el barrio de San Francisco, entre 1925 y 1930, llegó hambriento a su casa el jornalero don Luis de la Torre, conocido como “el Güero”, pero sólo había sobras en la alacena: carnitas de cerdo, un birote salado, frijoles machacados y salsa de jitomate. Abrió entonces el birote como si fuera una ostra y puso todo en él, lo bañó con la salsa, remojandolo. Diríase que la torta ahogada es tan intrínseca al espíritu de la ciudad que una perla tapatía se encuentra en cada torta. Por otro lado, que nadie crea que en Guadalajara abundan los conchudos. De lo que no cabe duda es que las tortas ahogadas saben a perlas.
Es lo primero que le dicen a una en otra ciudad cuando le conocen el acento. O cuando un fuereño la quiere chulear. Los ojos tapatíos son sólo los de las tapatías, ligados a la reputación de que Jalisco es cuna de mujeres bonitas. Esta fama parece tener relación con los españoles durante la Colonia y con la migración de franceses en el siglo XIX, porque los ojos tapatíos por definición son grandes, con forma de almendra y rodeados de piel clara. Lo que sabemos es que el concepto ya era popular en 1952, cuando Jorge Negrete canta “Ojos tapatíos” en la película Dos tipos de cuidado. En broma, se dice de alguien que tiene ojos tapatíos porque uno le baila y el otro le zapatea.
Según la antropología nacionalista, sólo la Chingada podría rajarse. Ella es la única que puede ser mancillada, trastocada, abierta. Para la mitología cinematográfica, en una disputa entre charros, sólo se raja el que deja de cantar para empuñar la pistola como una extensión de su hombría lastimada: “No me rajo solo, pero con unos tequilas encima, vámonos rajando juntos”. Las Chivas del Guadalajara nunca se rajan porque como son puros mexicanos rajarse sería como irle al América. Para acabar pronto, no sólo nos rajamos en Jalisco, en todo México —desde la Conquista hasta la reforma energética— rajarnos es realmente nuestro deporte nacional.
El DRAE lo hace provenir del vasco buruka: “lucha”, “topetazo”, y sinónimo de bulla y algazara. En el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, de J. Corominas y J. A. Pascual, se lee que volver boruca un asunto es “enredarlo o entretener su resolución con ardides y artimañas”. Lo comparan con baruca, “enredo de que se usa para impedir el efecto de alguna cosa”. María Moliner añade boruquiento como sinónimo de alborotador o bullicioso. En el español coloquial del occidente mexicano boruca es enredo: “¡No me metas boruca!”, y también palabras ininteligibles: “¿Qué boruquero dices?” Los bebés que apenas aprenden a hablar dicen borucas.
El origen proviene de una mercadería usada en el trueque en los antiguos territorios de Jalisco, pero ahora define a todos aquellos que viven en la Zona Metropolitana de Guadalajara. Aunque se usa también como etiqueta para separar a unos de otros. Los tonaltecas, por ejemplo, siempre serán los tonaltecas; mientras que, por ejemplo, los de Providencia y Zapopan no sienten como propio el apelativo. Tapatío define desde hace al menos tres siglos al habitante de la capital del Reino de la Nueva Galicia, y del estado de Jalisco. Al crecer la mancha urbana no queda claro si los de “Tlajo” — Tlajomulco— se sienten tales.
La noción de semblante no es característica exclusiva de personas sino que dota de facciones y “cara” a todas las cosas. Así es posible realizar la acción de “semblantear”. No se “semblantea” sólo a individuos para indagar intenciones, estados de ánimo, sentimientos, también se semblantea una situación cualquiera: el clima, el estado de la cuestión, la calidad de los ítems o la resistencia de una silla de plástico, con la finalidad de efectuar las predicciones más exitosas posibles. Usted quizá desee semblantear —o tantearle el agua a los camotes— un futuro trabajo para deducir su conveniencia. O el tráfico sobre la avenida Mariano Otero después de la lluvia, por mencionar algo.
Presencia física de aura grisácea. Aquel que pudo haber sido y no fue. Un volcán apagado, tibio y baboso, lento, sin teoría, tema o anécdota. Conocedor del clima, eso sí, y de algunos más de los lugares comunes indispensables para tener una conversación con un cebo par. Es el extra de la película: olvidable pero necesario. Quien se sabe cebado se guarda en el anonimato, procura estar pero no aportar, tan sólo respira en silencio el aire de otros antes de que alguien lo descubra y diga: “Qué cebo es ese güey”. Se usa también para chistes o situaciones: “Qué puto chiste tan cebo, carajo...”.
El término cumple una función en una fórmula gramatical que comienza con un juicio y sigue con “¿edá?”, pregunta que pareciera abrirse al diálogo, a una posibilidad de contratesis, o intercambio de impresiones. Lo curioso es que a “¿edá?” suele sucederle una reafirmación del receptor: “eeey”. El enunciante, por motivos psicosociales, requiere validación de sus posicionamientos personales. El interlocutor, por su parte, es coaccionado a los tediosos territorios del consenso. El concepto “verdad” es reducido a la mitad. La economía del lenguaje no perdona ni discrimina, es uno de nuestros valores supremos, pero tan venido a menos que el habla tapatía no se digna a nombrarlo.
Sustancia dulce, de agua o leche, que dice saber a lo que indica su color. Es un cilindro imperfecto sellado por ambos lados, por lo que hay que morder una de sus esquinas y extraer la gloria congelada (de ahí el “hazme un boli”, sólo para adultos). Se han observado casos de individuos que replican el ritual pero con el fondo de un frutsi o de un yakult. Hay fijaciones orales que nunca se quitan. Hubo una época en la que el boli era bien de la nación callejera, contenido en un carrito paletero y empujado por un ñor de piel curtida por el sol. Ahora lo vende gente uniformada, igual y el mismo ñor.
Para los fuereños, la palabra “biónico” le remite a una especie de sistema biológico- electrónico tecnológicamente muy avanzado. Para los tapatíos, significa un preparado que puede servir de desayuno, cena o tentempié a cualquier hora del día. Se compone de fruta picada que varía según la temporada, pero de base incluye papaya, manzana, plátano y melón. Hay dos variantes, el light, con yogurt, y el tradicional, que lleva una deliciosa crema dulce y es coronado con semillas y cereales. Tiene un gran contenido energético, por eso se cree que su nombre está inspirado en la serie estadounidense de los años setenta La mujer biónica.
Bicicleta, baika. Al que no le alcanza para las cuatro se compra dos: la de adelante y la de atrás. No es cuestión de marcas. Pero si se puede hay que ponerle cariño para que luzca tuneada. La rila la pedalea únicamente su dueño con gracia y destreza, ya sea de cuadro de panadero, con huacal detrás para los mandados, o bien, una mongoose para hacer trucos en las barranquitas o las rampas del barrio. Para convertirla en un vehículo compartido se le ponen sus buenos diablos en la rueda de atrás. Así la morra agarra fuerte de su bato mientras le pedalea rumbo al parque. La rila es medio de transporte y juguete al que se cuida soñando que un día alcanzará para una ranfla.
Bebida solar, densa, refrescante y llenadora, agridulce y salada. Quita el hambre y exige concentración. Su componente principal es un atole de maíz de color y consistencia lodosa. Se sirve frío, acompañado de nieve de limón —blanca, nunca verde—, jugo de limón exprimido en el momento, sal de grano, cucharita y popote —ni modo. Aunque hay neverías como El Polo Norte donde se puede conseguir este apreciado alimento por un módico precio, tal vez el mejor lugar para degustarlo sea un tianguis cualquiera en un día hipercaluroso, de los que en Guadalajara abundan. En realidad, más que beberse o comerse, el tejuino se bate.
Sinónimo de apúrate. Manifiesta sorpresa: “Ándale, le dio fuerte”, concesión: “Ándale pues, vamos”, coincidencia: “—Es hora de ir por una chela. —Ándale, tú sí sabes” o aseveración: “—¿Será como este tono de azul? —Ándale”. Del catálogo de los indicativos para rogar amistosamente: “Vamos al teatro, ándale”. Preámbulo de carrilla: “Ándale, nomás te faltó el molcajete”. Palabra de aliento: “Ándale, tú puedes”. Amenaza: “Ándale, síguele y verás”. En cualquiera de los casos, no es necesario decir la expresión completa, se aplica directamente acompañada del tono y la mirada de acuerdo con la ocasión.
Expresa el resultado de la acción de reflexionar, meditar sobre algún asunto con razonamientos de naturaleza filosófica. Giro pintoresco, ampliación metafórica del castellano “pensamientos”. Manifiesta el fruto de razonamientos profundos, generalmente íntimos, del tapatío. Conjunto de ideas más cercanas a las emociones y los sentimientos que a conceptos abstractos. En Jalisco es la forma popular de expresar la consecuencia de filosofar. “Compártenos tus piensos sobre el amor”. “Pasé la tarde leyendo piensos de autores que me recomendaron en mi clase de yoga”. “Cuando hablo contigo siempre me dejas con muchos piensos”.
Es peyorativo y se aplica a las personas vanidosas, presuntuosas, creídas, que suelen sentirse superiores a otras personas: “Ándale, acompáñanos a comer. ¡No seas faceto!” “Ese tipo es un faceto, nunca quiere hacer ronda con nosotros”. Una facetada es una “delicadeza fingida”, un “melindre” hecho por un “chintinoso” o “quisquilloso”, como define Alberto Brambila a un faceto en su Lenguaje popular en Jalisco.
Pararse sobre la punta de los pies. Se apelinca el niño pequeño, junto a la alacena, para ver si su madre ha dejado un dulce por ahí. Nos apelincamos entre la multitud para ver de qué va el borlote. Al que se apelinca, le pueden doler hasta las corvas del esfuerzo, pero siempre se sentirá feliz. Feliz como el novio o la novia chaparrita que, por apelincarse, ha alcanzado un beso de algodón o de mandarina. ¿Qué se hace si se desea obtener algo y no se puede? Pues apelincarse con todo el corazón, para llegar tan alto como se necesite. Al que se apelinca Dios lo siente más cerca.
Cuando hablan los adultos significa puta. Es referencia a que una cometa o güila va y viene con el viento; así la joven “fácil” o “de cascos ligeros”: “No me gusta ver a mi hijo con esa güila”. Cuando hablan los niños es una cometa o papalote: echar a volar una güila, las güilas se hacen en febrero. Ya nadie las hace, ahora las ven volar desde un smartphone.
Palabra que acompañada de los auxiliares “dar” o “hacer” describe al hecho de poner a girar a un ser vivo sobre su propio eje con el objetivo de atarugarlo o hacerle perder el equilibrio. Por ejemplo, se le puede dar o hacer mamalonche a un niño, un perro, un gato, un luchador, pero no así a una silla, un columpio o una soga, aunque sí es posible dar mamalonche en, sobre o con estos objetos: “¡Escuincle! Ya deja de darle mamalonche al gato”. “—¿Andas borracho? —No, me acaban de hacer mamalonche”.
Bien podría ser una especie de epítome de los mosongos el nunca producir resultados, porque de que buscan, buscan algo, aunque no precisamente en la misma senda que aventureros y vanguardistas, sino que su búsqueda es la del mirón, la del pajolero nomás. Y a veces ni eso. ¿Mudo por elección tenaz, atónito nato, hastío genético...? Está bien, pero ¿alguna vez podrán adentrarse en su mosonguez sin ningún reproche de los que nos quedamos de este lado, todos sociabilidad y corrección política?, porque el reproche hacia esta especie viene justo de ahí: de la impotencia de uno mismo por no poderse quedar en paz, al margen del drama social o de la “sana convivencia” y, además, tan fresco, que es lo que enchila.
Vocablo sui generis del habla de la ciudad de Aguascalientes, México. Proviene del latín borucare y se refiere a algo desordenado o no acomodado en su lugar. Se usa para indicar que algo se mezcle: “Reboruja el huevo con la carne para que quede bien”. Reborujar es sinónimo de revolver, en un juego de cartas se dice: “Reboruja bien las cartas para que no salgan cartas iguales”. Cuando alguien habla sobre algún tema, luego de otro y otro, los aguascalentenses dicen: “Ya no me reborujes más”. Espero no haber reborujado la comprensión de cómo empleamos los aguascalentenses esta palabra.
El jalisciense tradicional está muy interesado en cómo los otros comparten su piel, en especial la piel que cubre sus genitales; le parece que una persona es honorable si se comporta como el cura de su parroquia lo indique: los genitales se deben juntar sólo con fines reproductivos, y siempre será entre géneros opuestos. Cuando alguien rompe el orden establecido hay que insultarlo. Por eso si hay una mujer que gusta de mujer se refiere con desprecio a ella como “manflora”; con esta etiqueta se compensa un poco la frustración de saber que algunas mujeres en lugar de querer galopar junto a un charro bigotón son más felices cuando se enredan en el rebozo de la comadre y con la comadre.
“Pareces jarrito de Tonalá” —o de Tlaquepaque, asegún— es una expresión utilizada para referirse a una persona cuando se agüita o se enoja con mucha facilidad cuando no hay motivos suficientes para ello —una persona muy sentida, pues. El municipio de Tonalá es conocido por la fabricación de artesanías y jarros de barro, y nomás por molestar se decía que eran de mala calidad, feos y se rompían con facilidad. De ahí que se compare a esas artesanías con el frágil corazón o carácter de alguien especialmente sensible.
Necesito. Es uno de los más notables rasgos del español tapatío, y no es infrecuente que toda parodia o sorna que se haga del habla propia de esta ciudad comience por subrayar el absurdo que en apariencia entrañan expresiones como “Ocupo un fajo” o “¿Qué ocupas, m’ija?” Los fuereños exageran su desconcierto: en realidad no es un uso tan incomprensible, sólo se ocupa acostumbrarse a él. Más misterioso es que los tapatíos nos obstinemos en servirnos incorrectamente de un verbo para el que el DRAE da once acepciones, ninguna de las cuales se acerca al fin para el que lo ocupamos. (Y tampoco ocupamos que nos digan que este uso que creemos tan nuestro está extendido en el habla de Nayarit, Nuevo León, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, etcétera).
Antítesis de lozano; aplicable a frutas, vegetales, personas completas, miembros corporales, estados de ánimo o a todo aquello que muestre una combinación de deflación y decaimiento. Adjetivo que aplicado al cuerpo humano muchas veces sugiere la necesidad del gimnasio o la cirugía. Frase típica: “Pon al niño de cabeza porque se le apachichó la mollera”.
Adjetivo usado para enfatizar y precisar. Se deriva de puro(a) que el DRAE define en su sexta acepción como “Mero, solo, no acompañado de otra cosa”. De manera que “la mera verdad” pasa a ser “la pura verdad”, quizás como un resabio de nuestra impoluta tradición. Paradójicamente el énfasis se realiza con un diminutivo, y pura pasa a ser purita, aunque el tapatío siempre tan generoso exacerba el diminutivo en puritita. Una generosidad pichicata que caracteriza a ciertos sectores tapatíos, y ésa es la puritita verdad.
En la bella perla tapatía, los chilangos son vistos como engreídos con acento chocante que se empeñan en llamar provincianos a quienes no nacimos en la capital. El término abarca un espectro amplio: es tan chilango el Godínez trajeado que come torta de tamal en la avenida Insurgentes como el mirrey que llega a un bar de Polanco en camioneta del año y con escolta. En defensa de los chilangos, la Ciudad de México puede ser tan ruda, tan impactante, tan única que debe definir y moldear el carácter. Pero, sin duda alguna, los tapatíos somos más guapos —y ya no existe eso de “Haz patria, mata un chilango”.
Verbo acomodaticio que lo mismo puede provenir del castizo ahuchar o azuzar (“deja de cuchilear a las gallinas que no van a poner hoy”) o del más arcaico rejondear, alejar o mover de lugar (“no me andes cuchileando mi monedero que luego no lo encuentro cuando lo ocupo”). Sin embargo, su uso más común en el Valle de Atemajac es como expresión imperativa: ¡Cúchila! / ¡Cúchala!: 1. Orden o mandato que tiene por objeto mantener la paz social intergeneracional de la gran familia tapatía: ¡Cúchila para otro lado, escuincle molón! 2. Locución básica que se presenta en las interacciones entre los tapatíos y otros animalitos del Criador.
Siempre he sido flaco, esmirriado, canijo, delgado, tilico, enjuto. La genética es cabrona y desconocida, así que ser ñengo en un mundo de gente oronda y chapeteada me ha costado una vida de sufrimientos con toda clase de tónicos y reconstituyentes: Hemostyl, Calcigenol, Piperawitt, Emulsión de Scott... Conozco muchos ñengos y ñengas entrañables. La mayoría compartimos esa desazón de vernos en un espejo que desentona. Es un misterio por qué cuando ganamos músculo o barriguita seguimos siendo vistos como ñengos. No hay manera de engordar o embarnecer a ojos de los amigos tapatíos. Ya se sabe, el apodo temprano condiciona toda la vida y esa es una manera de ser muy tapatía, muy sabe qué modo.
En las mesas de los hogares en Guadalajara, dícese de ese almacén muscular a donde, según el tramposo discurso de los adultos, van a parar los nutrientes de esas horripilantes verduras cocidas que los niños detestan pero deberían ingerir: “Para que te crezca el pote tienes que comerte las calabacitas, las zanahorias y el brócoli” —es bien sabido que los chiquillos, al final, no se tragan ni el cuento ni las verduras.
Frase que proviene de tiempos antiguos, no se sabe con exactitud pero se estima que desde antes de Cristo. Bajó de Los Altos de Jalisco y llegó hasta el corazón profundo de la perla tapatía . Aunque dicen que es un barbarismo, úsase para expresar superioridad o mayor calidad: “Mi amor es más mejor que el tuyo”.
Acción de meter el cloch (sic). No imagine el lector algo que se puede explicar con bastante sencillez. Clochar es igual a coger, parchar, tirar, garchar, singar, follar, comer, cachar, fornicar, chichar, rapar, dejársela caer y un sinfín de sinónimos. Pero clochar también tiene que ver con el gran sentido de culpa que caracteriza en especial a los tapatíos. Una palabra que es una acción mecánica. Los mochos clochan y siempre en primera. Es decir, no se coge, se mete el cloch, aunque no se sepa cambiar de velocidades. Todos sueñan con un auto estándar pero la mayoría sólo tiene uno automático. Ay con los tapatíos, que no comen a la primera, y les encantan los autos.
Sujeto —masculino, las más de las veces— que va por la vida dando poca o nula importancia a cuestiones relevantes: “Dejó embarazada a la morra y se desapareció el muy balagardo”. También es una expresión utilizada en sustitución de flojo o huevón. Está de más decir que se trata de un adjetivo hostil, utilizado más por mujeres para dirigirse a hombres, en particular a los maridos o parejas, aunque también a los hijos.
Se utiliza como primera reacción ante un aviso sorpresivo y en muchas ocasiones des- proporcionado o inverosímil: “—¿Supiste que renunció el gobernador? —¡Pa’su mecha! No lo sabía”. El término comenzó a usarse como una contra factura pudorosa o familiar que sustituye expresiones más soeces como: “¡Pa’la madre” que implica la elipsis del verbo nefando: “Su puta madre”. Esto ha permitido a la frase entrar en círculos familiares o incluso infantiles. Su contracción ínfima es: “Pa’su” y “Ah su”, que implican sorpresa y ánimos para que siga el interlocutor con el relato.
La acepción más común del término indica que aquello que se estila es lo que se acostumbra o está de moda —de estilo—. Pero para el tapatío universal estilar significa escurrir, dejar secar por la acción del aire o el viento. Acción de disponer prendas y utensilios húmedos tras la limpieza de tal forma que el agua excedente pueda ser eliminada gota a gota por acción de la gravedad y mediante su exposición a las condiciones atmosféricas. Sinónimos: secar, orear, tender.
Del purépecha chocho, langosta. Cualquier insecto, aunque en particular se refiere a los saltamontes. Se puede decir de una persona, tanto por su aspecto como por su calidad moral: “¡Fulano es un chocho fiero!” (léase aquí fiero no como “bravo”, sino como “feo”). “Porque talo por la paga / y todos los bosques mocho, / juzgan que soy una plaga / peor que cuando cae el chocho”.
“No manches” y ”Es un manchado” denotan osadía o atrevimiento así como increduli- dad ante tal osadía. “No manches”: No doy crédito a lo que veo. “Es un manchado”: Es un atrevido (ante la osadía cometida por alguien). “Se manchó”: Su atrevimiento fue mayúsculo. Probablemente su origen viene de “cagar” en el sentido de equivocarse. Así, “no manches” sería una expresión alternativa a “no la cagues”. O tal vez su origen provenga de “no mames”, expresión mexicana para decir “no exageres”, donde mamar hace referencia a aplicar una felación.
Para los aficionados, Atlas significa algo más que aquel titán de la mitología griega. Es una dulce condena, una sequía de más de 65 años sin ser campeones y tres descensos a la categoría inferior. No obstante, lo sobrellevan con orgullo y alegría alegando que el Atlas “es una filosofía de vida”. La jerga atlista ha creado una realidad alterna. Se trata de un existencialismo macabro en el que el destino puede jugar a favor o en contra, pero donde siempre habrá grandes emociones. El Atlas tiene nueve títulos y una de las mejores canteras de jugadores mexicanos. Es tradición y herencia que nos remontan a la vieja Guadalajara de comienzos del siglo pasado.
Verbo reflexivo que denota la acción de pisar en falso, un paso no verdadero, que miente y deviene en inaceptable cuestionamiento a la veracidad que el caminar implica. Ante ello, las leyes de la gravedad, de la moral, de las costumbres buenas de la gente buena, imponen inmediata acción punitiva que va de la caída a la luxación, al hematoma, a la fractura. Falsearse es el símbolo de los yerros cotidianos, al mismo tiempo causa y efecto, pues es el tropiezo pero también el duradero dolor posterior. El buen tapatío deberá entonces sólo caminar con verdad para evitar el andar rengo.
Ave canora, negra y amarilla, común en la región. A inicios del siglo XX, en la Guadalajara afrancesada, un regidor ordenó que adoptaran sus colores las calesas o calandrias tapatías. Este transporte urbano, con capacidad para cinco o seis bien apretaditos, es jalado por un caballo criollo que a veces va emplumado y se elige por su trote bonito, pero no ovachón, porque es muy sudoroso y no aguanta el calorón. La combinación de sus colores la decide el calandriero. Las hay de toldo o capota. En San Juan de Dios, el templo de Aranzazú o en el Museo Regional se pueden abordar y dejarse llevar por la voz de su cochero, que además es todo un historiador.
Los indígenas cocas de Techaluta, Jalisco, nombraban así a la tarima donde ejecutaban sus zapateados. La terminación “shi”, en coca, quiere decir ‘son’. También se dice que proviene del francés marriage: matrimonio. El mariachi es el conjunto musical que interpreta ese tipo de son, y se le llama mariachero al músico de este género. La instrumentación original del mariachi era una vihuela, un guitarrón y dos violines; algunos incorporaban la chirimía. Luego se añadieron trompetas y guitarra sexta. Con el tiempo los mariachis empezaron a ejecutar repertorios más comerciales, como canciones rancheras, boleros, baladas, cumbias y norteñas.
Aditamento que usamos para que no se nos caigan los pantalones. Señal de gallardía y carácter, usarlo indica que se está bien fajado ante la adversidad. El fajo piteado caracteriza a charros y a machos, y simboliza además los fajazos de tequila que caen entre pecho y espalda sin hacer gestos. También es un instrumento didáctico, la herramienta usada por las madres tapatías para reorientar a sus retoños cuando se portan mal, y lo aplican con una maestría que ya envidiaría el mismísimo Indiana Jones para alcanzar, con la mesa del comedor de por medio, la espalda y las posaderas del escuincle latoso y mal portado que sólo a fajazos ha de enderezar su conducta.
Es una descripción sensorial en relación directa con el gusto, pero puede aplicarse a un lapso emocional. Imagine que mastica y traga un trozo de membrillo que no está del todo maduro; si no conoce esta fruta piense en el sabor de un tornillo oxidado con un poco de limón que va arrastrándose por su lengua hasta la garganta. Primero es una sensación de algo muy seco pero ácido a la vez y prolongado como un tren, lo que causa una expresión como si uno succionara el rostro hacia adentro. Lo mismo podría sentir con una situación “agarrosa”, algo que lo toma por sorpresa y provoca una expresión que se remolca hasta el estómago.
Algunos dirán que se trata de la traducción casi literal del very much: muy mucho, bien mucho. Otros, que es una expresión tapatía de raíz. Concepto que aumenta lo que ya está aumentado, con una combinación de dos adverbios de cantidad, lo que resulta redundante pero eficaz en el habla de la ciudad. A los tapatíos no les alcanza con que algo sea “mucho” en cantidad o intensidad. Siempre hay posibilidad de decir que hay bien mucho ruido o que algo duele bien mucho: “Me espanté bien mucho”, “Había bien mucho lodo en el camino”, “Me duele bien mucho la cabeza”.
Tonto, bobo, simplón, menso, despistado. Expresiones: “Está nango”, “Se puso a nan- guear”, “Dice nangueras”, “Está nanga”, “No seas nango, por eso abusan de ti”, “¡Ah, qué nango eres!”, “¡Qué nango estás!”, “¡Este nango!”, “¡Ahí voy de nango!”, “Se fue a su casa con cara de nanga”, “No soy tan nango”, “No sé dónde puse las llaves, mira que eres nan- go”, “No digas nangueras”, “No me mires con cara de nango”, “¡Vaya dos nangos!”.
Caminar por algún lugar sin propósito ni objetivo. Deambular sin rumbo ni meta. Ir y venir, bobear y tontear sin mayor motivo que el de pasar el tiempo. Se iba a pasear al centro, sólo a lerendear: “—¿A qué vamos a ir al centro, abuelita? —Nomás a lerendear”. La acción nace del “Viejo Lerendo”, que era el retrasado mental del barrio, que nomás iba y venía, caminando por todos lados sin fin ni tarea. “Ya andas como el Lerendo”. La acción, que intentaba ser algo ofensiva, es ahora aceptada. “¿Qué haces?” “Aquí, lerendeando”.
¿Qué fue primero?, ¿el mono o el monero? Para los tapatíos queda claro que el mono nació del monero y que, aunque podría quedar más bonito, mono se queda. El mono es algo que existe entre el garabato y la caricatura a “bote pronto”, siempre ligero y despreocupado, como su autor. Monero es el que hace monos. Parece simple dominar el terreno monero pero, ahí está el detalle, si tu mono no tiene chiste estás jodido, porque si no eres gracioso ni buen dibujante, no te lo perdonarán ni en Guadalajara, ni en Jalisco, ni en el mundo entero. Pero si logras expresar con dibujitos algo irreverente, provocador o reflexivo estarás en la gloria, o bueno, por lo menos estarás en Guadalajara y te llamarán “monero”.
Amozoc (en náhuatl: lugar donde hay lodo), es un municipio del estado de Puebla que está ubicado cerca de la Malintzi y tiene fama mundial por sus artesanías de herrería, metalistería fina y alfarería; de ahí, que la producción de jarros de barro, de gran delicade- za, permitan la expresión “Ser como jarrito de Amozoc” refiriéndose a las personas que se sienten ofendidas con cualquier comentario.
Válvula de retención para aljibe que tiene filtro de malla para evitar el vacío, mantener el flujo de agua sin interrupciones y asegurar el funcionamiento de la bomba hidráulica. Tubo cuasi infinito que le ayuda a la bomba con la ingrávida labor de subir agua del aljíber al tinaco. “¡Ya se chingó la pichancha, mano!” También se usa en sentido figurado: “A este compa se le madreó la pichancha, nomás no da una”.
La palabra “jalar” derivada de “halar” significa tirar de algo o alguien. Sin embargo, en la región norte de México, particularmente en Chihuahua, se utiliza como el verbo “trabajar”. Se dice que una persona “está jalando” o que está en el “jale” cuando se encuentra en su trabajo. El chihuahuense jala porque es trabajador; todos los días está en el jale y es quien hace el jalón para que su tierra salga adelante. Además, en Chihuahua, a diferencia de otras regiones, una mujer jaladora es una mujer trabajadora.
Mientras que “ájale” es equivalente a un simple y llano “órale”, “ájala” y “ájalas” es a veces un “sí” o un “órale” de satisfacción y orgullo compartido en respuesta al interlocutor en turno: “¡Martita ya me dio el sí!” “¡Ájalas!” “¿Vamos al Oso Negro?” “¡Ájalas!” Es probable que esta expresión sea una variante del “ajá” que se usa para decir que sí o “dar el avión”, ya que con “ájala” también podemos seguirle la corriente a alguien con incrédulo desdén, como cuando se utiliza el “simón”: “Somos el partido de la esperanza”. “Ájalas”. También se usa para expresar sorpresa, por ejemplo cuando alguien le pica la cola a un amigo, éste exclamará: “¡Ájalas, güey!”
¿Será un recipiente especial para llevar flores? Porque la cantimplora es para llevar agua... Jamás se me había ocurrido buscar el origen de la palabra “cantimplora”. Resulta que es un catalanismo. Algo que “canta y llora” por el sonido que emite al ser vertida. No sé cómo se vierte en el estado del mariachi, pero quizás aquí canta y llora flores. Si usted tiene sed o ganas de un florero, la cantinflora le será de mucha utilidad. Incluso la puede llenar de tequila, la experiencia será más grata.
Esta delicadeza resulta de girar a mano una garrafa incrustada sobre hielo y cristales de sal que reposan en una barrica de madera. En las neverías el garrafero ofrece a cucharadas más de treinta amores, digo, sabores: limón, fresa, vainilla y nuez son las favoritas; las hay hasta de flores, chiles o mazapán, y para los que no sueltan el piquete, de tequila, mezcal y pulque para los machos, y baileys o rompope para los no tanto. En barquillo o en vasito, no hay apuro por terminar con esa recompensa sensorial que fue un manjar de la nobleza. Ahora ha dejado de ser un privilegio cosmopolita para entregarse a todos como un instante de perfección.
Entre los tapatíos, una bachicha presenta formas diminutas de color blanco o café claro, y demuestra un comportamiento contrario a las leyes de la naturaleza: por ejemplo, para descalificar a quienes rechazan la generación espontánea las bachichas se multiplican con asombrosa e inexplicable rapidez sobre los suelos menos fértiles. Además, a diferencia de otras manifestaciones de la brevedad —como las moronas y las morusas— la importancia de la bachicha aumenta de manera inversamente proporcional a su tamaño mientras se fuma un cigarro: a menos bachicha más necesidad de ella, más nostalgia de un instante fugaz que está por terminar.
Migaja de pan, galletas o de cualquier alimento de contextura blanda o quebradiza. Forma de referirse a fragmentos diminutos de materiales diversos. Nombre común de perro pequeño o roedor. Expresiones tapatías: “¡Junta las morusas, mijo, las ocupo pa’ darle de comer a las palomas!” “¡Ah qué pinche morusero haces cada que comes!” “¡Morusa, ven p’acá!”
Modo tapatío de referirse al aljibe: depósito subterráneo que se construye en casas y edificios para almacenar agua. Las tapas de los aljíbes casi nunca sellan, eso originó el oficio de aljibero, ya casi en extinción. Trabaja en grupo; con sogas y baldes recorren las calles y llaman a las puertas para preguntar “¿Le lavamos el aljíber?”. Uno de ellos desciende al foso para sacar agua, tierra, basura y cucarachas mientras los otros le pasan lo que ocupa. Es un oficio peligroso. De vez en cuando el aljibero muere en su faena. Tampoco faltan los niños que se ahogan al caer a los aljíbers —¿o aljíberes?—.
Los tapatíos no tienen “puerquito” ni tienen “barquito”, tienen “sayo”. El sayo es aquella persona que es dominada y recibe sin protestar las frustraciones vejatorias de su dominador, como si la persona se tratara de un vestido —tal como es el origen de la palabra— a la medida, un objeto sin voluntad. El jalisciense arrebata, en su pecho late un corazón indómito, por eso antes de que otro lo rebaje él debe rebajar al otro. Al sayo lo hacen víctima porque ha cometido uno de los peores errores según la cultura jalisciense: ser débil sin intentar ocultarlo: “Por güey lo convirtieron en sayo”.
Interjección que se pronuncia visceralmente tras un sobresalto repugnante que ha tras- tocado la sensibilidad del olfato. Palabra que nombra la profunda sensación de asquero- sidad. Desdén mecánico: cuando algo no nos gusta lo despreciamos, instintivamente le hacemos el fuchi, arrugamos la nariz, entrecerramos la mirada y decimos desde lo más hondo de nuestra repugnancia “¡fúchila!”.
Residuo milagroso de un churro de mota. En ocasiones detona alegría porque se ha encontrado esa mirruña por ahí cuando se suponía que no se tenía nada a la mano. Pero su existencia también puede estar ligada a la frustración, al hecho de tener muy en claro que es lo único que resta para esa larga tarde de domingo. O de lunes, o de martes... Asimismo tiene una relación muy estrecha con los moneros tapatíos Jis y Trino, quienes bautizaron una de sus tiras más emblemáticas —y el programa que producen para Radio UDG— como La chora interminable, aludiendo a su inagotable capacidad de divagar sobre la existencia.
Vasito tequilero, de una o dos onzas, para aquí y para llevar. Al mentarlo, añoramos el primer trago de tequila, mezcal o raicilla preludio de una buena borrachera. También emociona invocar al Caballito Cerrero, un tequila glorioso casi de culto y alcurnia elaborado en Amatitán, Jalisco desde 1873. La fábrica produce 500 litros de tequila al día. Se vende sólo en la cantina del mismo nombre, que obtuvo el permiso desde el siglo pasado y lo mantiene, así que aún se prohíbe la entrada a mujeres. El Caballito Cerrero, mencionado en la canción “Oye” de la Sonora Dinamita, se llama así porque no necesita de herraduras.
Platillo de carne molida que se prepara en un metate. No es originario ni exclusivo de Jalisco, pero aquí tiene rasgos característicos que la hacen diferentes a otras preparaciones de su tipo. La pachola tapatía se prepara poniendo la carne previamente molida, puede ser res, pollo o cerdo, en un metate y se hacen porciones ovaladas o estriadas. Luego se dejan reposar dos horas antes de freírlas, para servirse con una salsa dulzona elaborada con jitomates cocidos, agua, vinagre, ajo, sal, cebolla, orégano y una pizca de azúcar.
Quizá una de las aportaciones más trascendentales que el tapatío ha hecho a la humanidad: la conjugación del futuro improbable perfecto. El ahorita es básicamente una curvatura en el tiempo; una especie de hoyo negro en las teorías de Einstein que al fuereño le costará trabajo asimilar ya que se basa principalmente en la expresión de una acción que no ocurrirá. El ahorititita es un salvoconducto, la versión tapatía de la procrastinación, es el punto donde el deseo férreo se doblega: puede que quiera hacerlo, digo que lo haré, pero no lo haré. También se usa a manera de orden imperiosa: ¡Quiero que hagas eso ya, pero ahoritititita, cabrón!
Dulce venganza del chilango o el norteño que viene a la ciudad y no comprende por completo la mentalidad exigente, quisquillosa o “tiquis miquis” de los tapatíos nativos. Apatío no corresponde, pues, a un tipo específico dentro de los habitantes de la ciudad, habla más bien de una actitud de éstos hacia la novedad o el cambio. Esta aptitud refractaria a las novedades tiene su mejor forma en la crítica que siempre expresan tanto de los espectáculos como de los cambios; un aplauso sarcástico es la mejor representación de la apatía tapatía.
La connotación de coscolino nunca fue la de picaflor: el coscolino sólo andaba de fisgón, de “zorrillo”, galante y sonriente ante las damas. Mujeriego, promiscuo o adúltero eran términos más severos. Y si algo refleja esta expresión sobre la psique del tapatío es cómo las mujeres descargaban de culpa a sus hijos, nietos, maridos o amigos al llamarlos coscolinos. Contra sus congéneres podían no tener piedad, pero para mantener intactos los ideales de hombres perfectos en sus machos queridos sosegaban sus mentes con un epíteto que recordaba a villano de arrullo, a coqueto lindo. Así podían desentenderse de los daños causados y seguir considerándolos niños inmaculados.
Término nahua para nombrar a la larva de la chicatana (phyllophaga), el escarabajo más común en la región. También se le conoce como “gallinita ciega”, mide unos centímetros y es de color claro, con manchas oscuras que alcanzan a transparentarse. Se la puede encontrar muy cerca del suelo y, al ser descubierta, adquiere un movimiento frenético. Por eso a los niños muy inquietos se les dice “Te mueves como nixticuil”, o bien, “Ese escuincle se mueve como si trajera nixticuiles en el culo”.
Aunque suena cuetería se escribe cohetería y es un término que cada vez se oye menos. La cohetería es la fabricación y el lanzamiento de cohetes de pólvora, que en México representa toda una industria. “Andas de cuetería” es una expresión que escuché decir muchas veces a los mayores cuando los niños estábamos en una fase hiperactiva. Andar de cuetería equivale a entrar en un estado festivo, explosivo, fuera de control. De adultos, andar de cuetería algunas veces puede resultar conveniente.
Todo lo que sea ambiguo o complejo de nombrar puede describirse con este recurso lingüístico para salir del paso y reírnos, tal vez, de la carencia de las palabras adecuadas para expresarlo. Por ejemplo: “Ella es... sabe qué modo”; el mensaje dependerá en mucho de los gestos y la entonación que haga quien dice la frase y de la imaginación e interpretación de quien la escucha.
Chido es este Jergario Latinoamericano Ilustrado. Este regionalismo se origina en la dé- cada de los 70 dentro del grupo de jóvenes de la entonces renovada Ciudad de México, particularmente en los sectores más populares. Se utiliza para expresar que algo es bue- no, bonito, agradable o como afirmación. “¿Vamos al cine? Chido, nos vemos a las seis”. En la actualidad, esta palabra ha sido aceptada por la rae, así que está muy chido incluirla en nuestro vocabulario.
Asquil designa a las hormigas negras, insectos pequeños incómodos e invasivos que aparecen de la noche a la mañana acaparando los productos que contienen un mínimo de azúcar, son casi imposibles de exterminar. Asquilín es la hormiguita roja que pica. Hay quienes aseguran que asquil y asquilín es lo mismo. La tía de una amiga usaba esta frase persuasiva: “Te van a picar los asquiles y te van a morder las arrieras (hormigas gordas y rojas)”. Esto dice mucho de la psique tapatía, del deseo de venganza, de la persistencia enfadosa de los insectos y de cómo el lenguaje tapatío busca detalle para cada cosa aunque al final ya no acordemos qué cosa designa la cosa.
El tapatío pinta con mayor color sus expresiones cuando dice arrejolar, verbo que lleva consigo la carga desmadrosa y desmadrada del cotorreo y el doble sentido. No es lo mismo decir que “el galán acorraló a Susana en la cochera” que escuchar el melódico y dulce mitote de que “Susanita la de don Pedro y su novio se dieron sus buenas arrejoladas en la cochera”. En Guadalajara se arrejola la familia completa de siete en una pieza, los tiliches fueron arrejolados en la azotea ahora que se volvió a inundar la sala con las lluvias y a puros trancazos arrejolaron al borracho que estaba echando pleito en la cantina.
1. Torpe, desmañado, de psicomotricidad deficiente. 2. Persona de poca o ninguna “chispa” mental. 3. Tal como “tonto” emula el sonido de una cabeza hueca, una teoría dice que la cacofonía de las “eles” en melolengo imita el sonido de una cabeza que tiene agua en lugar de materia gris. 4. Nadie se sabe melolengo, sería una lucidez contradictoria. El melolengo siempre es el otro. 5. En la palabra melolengo hay condescendencia: es un insulto amable o, como dijo un poeta, es un “dulce escupitajo”. Ejemplo: Un tipo que se tropieza en la calle por contemplar la belleza de una mujer es un melolengo; un político incapaz de mencionar tres libros de literatura es un pendejo.
Especialmente en Guadalajara y en el centro de México esta expresión se usa para hacer un llamado de atención generalmente dirigido a los niños que rondan cerca. “¡Chiquillo, ponte en paz!” suele ser un sintagma utilizado cuando el infante de la casa está haciendo escándalo y no permite que los adultos tengan una charla apacible. Sus equivalentes en otras partes del país pueden ser “estate sosiego”, “estate en paz”, “sosiégate”, “ya estate” e, incluso, “aplácate”. Este último con un uso muy popular en Jalisco y pueblos aledaños; un vocablo muy común entre las tías y abuelas.
Adjetivo que, según el diccionario, significa repentino. El término comparte su raíz latina (subitus) con el sinónimo súbito. Aunque en el habla tapatía convencional quedarse súpito describe el hecho de caer profundamente dormido, repentinamente o no, en cualquier sitio. Sinónimos: perdido, cuajado, jetón.
Decir “mejor no” cuando el “por supuesto que sí” ya estaba grabado en piedra, saltar del atrevimiento del viaje a la cobardía del sillón, arraigarse en la orilla un segundo antes de cruzar el río: “Íbamos a casarnos pero se rajó”. Quien se raja, en el afán de mantenerse in- tacto, agrieta su nombre y su palabra. Para no rajarse, o hacerlo con absoluta discreción, mucho ayuda nacer en Jalisco, palabra de honor.
Verbo que amalgama una expresión onomatopéyica de los arrieros: ¡Arre!, con el verbo empujar. En el habla popular es frecuente que se utilice como sinónimo de impulsar, promover, inducir, apoyar, etc. En el discurso político connota “dar el espaldarazo”: “Compadre, para las próximas elecciones arrempújeme, recuerde que yo lo hice fuerte con dinero pa’ su campaña”.
Sustantivo que designaba a la audiencia infantil de Sixto, un programa de televisión de los años ochenta que transmitía el extinto Canal 6. Sixto era un títere feo y malhecho, de pelos de estambre y piel de tela azul —esto sólo podían notarlo quienes tenían tele a color o habían ido al estudio a bailar “Te crees mucho con tu paletón”, que en poco tiempo se convirtió en “la estrella del show que a diario tú ves por televisión”, tal como decía su canción. Lejos de ser un personaje ñoño, Sixto era irreverente y libertino, tal vez porque la mano que movía el guante era la del comunicador Carlos Crotte, que se inspiraba en el Negro Durazo para presentar la deliciosa receta del “Negro durazno”.
Empecé a beber tequila cuando todavía era un trago barato. Nunca indagué de dónde venía. La identidad nacional me importa un reverendo carajo. ¿Lo tapatío? Bueno, creo que el lugar que se llama así no está en Guadalajara. Además, yo nací y vivo en Zapopan. Ahora tiene denominación de origen y hay quienes distinguen el destilado de agave tequilana weber azul del simple huachicol de caña teñida. No es mi caso. Ah: se toma solo, derecho —es decir: en un caballito, que es mucho mejor que esa copa chaparra y panzona en la que dizque se aprecian más sus virtudes, pero ¡cuáles pinches virtudes si es tequila y el tequila es vicio o no es nada! Y cualquier otra cosa sólo es literatura.
Dicho de una persona que toma una actitud de enojo sin una razón real. La sensibilidad y el escándalo son sus rasgos característicos. Un chintinoso es tan atento a las nimieda- des que es imposible darle gusto en casi nada porque es escrupuloso con casi todo. La insatisfacción los perseguirá por siempre. Ejemplo: “Eres bien chintinosa mamá, ninguno de mis novios te gusta para mí”.
Son parte indispensable de la dieta mañanera de los tapatíos. Se preparan con trozos de tortilla fritos ahogados en salsa verde o roja y acompañados de crema, queso, cebolla picada, frijoles refritos y birote, además de huevo o pollo. En estos tiempos de experimentación gastronómica se sabe de chilaquiles con salsa de pepitas de calabaza o combinaciones desafortunadas. // Chilaquil se dice a algo compuesto de muchas partes que no combinan entre sí. Algo así como “tutifruti” pero con sentido peyorativo. No es extraño que alguien diga “Andas muy chilaquil”: con muchas prendas mal combinadas.
Se cajea aquel que atrae sobre sí el desamparo o el desprestigio de forma pública, como quien rompe el bibelot de mesa en casa ajena, quien tira el agua de jamaica en el mantel recién cambiado, quien critica a la esposa del anfitrión sin haberlo distinguido entre los oyentes. Cajearse es meter la pata, regarla, arruinar de uno la fama, quedar para siempre comprometido. Y la acepción clásica es precisamente esta última: adquirir una deuda.
Aunque la prueba máxima para distinguir a un jalisquillo esté en su capacidad para distinguir a un tomate de un jitomate, la verdad más sencilla es que un jalisquillo es tan sólo un ser humano que se ha acostumbrado a vivir en un punto cualquiera de Jalisco. La jalisquillez se adquiere, no se nace con ella —el jalisquillo de nacimiento, por ejemplo, cree que la homosexualidad se absorbe de las malas compañías. Al jalisquillo no le pesarán jamás los viajes a Chapala el fin de semana ni el periplo obligatorio tipo Meca regional que es pisar los Guachimontones. Uno decide hacerse jalisquillo y ya lleva condena, castigo, ritual, toda la vida.
Sólo por debajo de las culichis (“mucha nalga y poca chichi”, las nativas de Culiacán) las tapatías presumen de ser las más generosas de sentaderas. Lo interesante de su uso es cómo revela una idiosincrasia, y en Guadalajara son las mujeres quienes la utilizan más. Dicha con envidia, o para denotar un leve exceso, e incluso como reconocimiento a la otra, señalan a las petaconas sin condenarlas pero refiriendo tácitamente la carga que les significa: sus biografías siempre estarán llenas de miradas lascivas, de piropos callejeros, de deseos frustrados, de suspiros; como una maleta, un amuleto o una cruz, llevarán consigo el efecto de sus caderas, para bien y para mal.
Irse de ladito casi sin querer, típico de los borrachos: se bornean para un lado y para otro, hasta que caen. También se usa para decir que te quedas en un lugar: “Aquí nomás adelantito, en cuanto frenen, nomás me borneo”. Cuando alguien te gusta y despacito te vas borneando hacia esa persona: “Me fui borneando hasta que casi lo rocé con mi brazo”.
Chuchulucos es lo mismo que decir dulces o golosinas. Chuchuluquear es ir a buscarlos y encontrarlos en el intento de saciar el antojo del paladar. Existe otra dulzura entreverada entre las acepciones de esta palabra: la dotación de besos y caricias antes de satisfacer el antojo de cuerpo entero. O bien, mejorar algo, ponerlo bonito, darle una chaineadita. Un chuchuluco es también es un tamalito de frijol.
Andar “bien paquín” —de niño, por mis barrios de Medrano y la 52— significaba que uno lucía recién bañado, con zapato boleado, short, camisa abotonada casi hasta el cuello y cabello engominado, si al zumo de limón se le podía dar el término de Wildroot. Era sinónimo de elegancia o al menos de haberle puesto dedicación a la percha. Algunos dicen que el término comenzó a sonar gracias a Paquín, un cantante que interpretaba melodías infantiles y visitaba las escuelas ofreciendo su espectáculo con temas como “Un pollito se salió, sin permiso de mamá” y otros. Quizás a los muy acicalados más de alguna vez los habrán etiquetado como “paquines”. Al menos de la Calzada pa’llá.
Adjetivo calificativo. Dícese de quien se encuentra permanentemente distraído, en un estado de ensoñación o que se comporta como un tonto. “Andas turulato” es equivalente a “no prestas atención”; “Quedó turulato después del accidente” significa que quedó tonto o afectado de sus facultades mentales.
De reata, es una cueriza bien dada, casi siempre de los padres a sus hijos. Ésta puede darse con fajo, soga, manguera, chancla o la palma de la mano. Amenaza: “Te voy a poner una reatera si no te estás en paz”. Según Alberto M. Brambila en su Lenguaje popular de Jalisco, también es una “carrera vertiginosa a caballo”.
Adverbio adverbiado cuyo objeto es enfatizar algo que en sí mismo ya es un énfasis. En la escuela nos enseñan que los adverbios no aceptan el sufijo -mente como los adjetivos. “—¿Nunca? —pregunta el pupilo. —Nuncamente —responde el sofisticado profesor”. El tapatío lo usa sólo en situaciones que lo ameritan, pues es sagrado. Su fin es el de rematar promesas vacías, tanto el que la dice como el que la escucha están en el entredicho de que lo declarado podría no ser serio. // “Nuncamente” es el único legado trascendente del ex gobernador Alberto Cárdenas Jiménez, en forma de discurso.
En vano. Inútilmente. Dícese de una acción fallida. Usos: “Me dijo que ya tenía mi dinero y ai te voy a verlo. Pero no, la vueltota fue de oquis”. “Estuve hace y hace méritos, pero todo fue de oquis, ella me había dejado de amar”. Si se pronuncia con una mueca —jalando la trompa hacia un lado— y un medio bizquito se alcanza el tono correcto, y así la pronunciación no es de oquis. Otro uso de la palabra es para referirse a estar desocupado, o sin intención o negocio alguno.
Momento incómodo en que un comentario o situación desata una vergüenza repentina. Por ejemplo, cuando los padres presentan por primera vez a su pequeño hijo a algún familiar o amigo y aquél se esconde tras las piernas del padre o la madre. “Ya se chiveó”, dice alguien. También sucede cuando se reciben elogios, tal vez merecidos, pero que a quien los recibe le parecen exagerados o fuera de lugar y viene una reacción de apocamiento. Otro momento incómodo suele pasar cuando la persona que nos atrae lanza un piropo o alabanza respecto de alguna cualidad o aspecto físico nuestro. La pena, el sonrojo, el chiveo, pues, son inevitables.
Más que pintoresca o bárbara, esta locución sustantiva y polisémica se utiliza para extender una idea como lo hace el etcétera, con la intención de abundar sobre un mismo concepto, generalmente negativo. “El góber no da una, pierde alcaldías, recursos, amantes y puras desas”. Utilización figurada cuya intención es dar la idea de repetición o redundancia de un mismo asunto a un momento o acción determinada. “En lugar de alzar su pieza se puso a chatear, ver videos y puras desas”. “Saca a tu nuera de la cocina, hizo grumos la capirotada, quemó las jericallas y puras desas”.
Es difícil cachar en qué sentido cachas el cachar. Si estuvieras en Chile, allá cachar es coger, follar y cualquier otro término adecuado para el albur agresivo. En Argentina se utiliza cachar como sinónimo de fuerza bestial, y si cachas en América cachas otro tipo de pelotas —no necesariamente redondas—. ¿Cachas? Cachar es también recibir la chifleta con galanura y convertirse en sutil víctima de ella. Te pueden cachar con las manos en la masa o cachar la cartera de la bolsa, pero eso ya depende de lo que cada quien cache por la palabra cachar. Ojalá nunca llegues a enredarte y cachar lo que uno no desea que caches.