Amigo, forma de tratamiento para referirse a un compañero muy allegado: “Con los parceros hicimos un trato: todo lo que consiguiéramos era para todos, nadie podía rebuscarse solo. Si uno busca entre las canecas, si uno le hace el rápido a un turista, si uno se jala un vidrio, para no pelear lo mejor es que a todos nos toque todo” (Molano, 2001: 88). También puede se un amigo íntimo, compañero inseparable (Castañeda y Henao, 2015: 89).
Persona de espíritu libre e inmaculado que vive la vida sin las imposiciones que la cultura le modela. Expresión con la que se les llama a los niños en el sur colombiano, especial- mente en Tolima y Huila. Se cree que surgió de la guipa, bebida a base de agua con panela teñida y leche, que se usa para alimentar a los recién nacidos. Hoy se emplea como una manifestación cariñosa, pese a que el escritor Ramón Manrique en su novela La Venturosa, gesta de guerrilleros y bravoneles, relato de íncubos y súculos amores, trasgos y vestiglos, afirmara que se trata de una referencia despectiva para un niño.
Expresión propia del Huila, más propiamente: frase acuñada por el periodista Luis Alberto Fierro. Echarse la rodadita, como quien cae de pronto hacia la quebrada. Una llegada improvista. Pasar por ahí. Darse una vuelta. Llegar a una fiesta sin anuncio oficial. Aunque al principio la expresión se utilizó para los asistentes al festival de San Pedro, muy pronto fue adoptada para animar a quien no tenía parche fijo. “Échate la rodadita”, es decir: vente cuando quieras, anímate. Pasa sin pedir permiso ni perdón.
En Bogotá había un tipo de hombre siempre vestido a la moda, de zapatos relucientes y traje impecable, que poco se preocupaba de las labores mundanas como trabajar. Todo en él estaba bien puesto y parecía que fuera el traje y no el hombre el que caminaba por la ciudad. Dada su costumbre de andar en grupo, el pañuelo, el peinado y los bigotes no eran más que un distintivo para diferenciar a un hombre de otro. Por su constitución artificial y sus formas consideradas afeminadas por el machismo bogotano, los llamaban de manera despectiva filipichines, como si de unos delicados lienzos se trataran.
Estar, quedar, hacer, actuar. Quedar actuado, terminado, listo. Tenerlo todo resuelto, pero de chepazo, como que todo le salió bien y al tiempo. Diferente a haber actuado, haber hecho. Estar hecho es estar de buenas y también puede ser todo lo contrario. Ustestá hecho: le regalaron carro, se consiguió una novia y lo becaron en la universidad. Ustestá hecho: estrelló el carro, lo dejó la novia y lo echaron de la universidad.
Aquella ropa interior que se usa para rechazar requerimientos amatorios. Prendas que por su forma, tamaño y diseño desaparecen cualquier deseo o intención erótica. En la antigüedad, la esposa del faraón, cuando quería rehusarse a cumplir sus compromisos maritales, usaba grandes y estrafalarios cucos que eran imposibles de quitar. Apelativo para los sujetos torpes, ineptos o negados (de ambos géneros) en las lides de la pasión y el fervor del coito, lo que se puede presentar en el antes, el durante o el después del encuentro amoroso.
Apagarse por un instante. En Colombia, dícese de ese momento de sueño intempestivo, de corta duración, que adormece el espíritu y lo obliga a dormir. Por lo general no dura más de 15 o 20 minutos, en cuyo término se retoman lentamente las actividades, en algunos casos acompañadas de un café negro. Ejemplo: “El congresista estaba en plenaria y de repente se echó un motoso”.
Prótesis para la máquina dura, para esos camperos que eran hechos como tractores, para la trocha. Levanta las carnes blandas atravesadas, amarra el mercado, soporta las exploradoras, ancla el gancho para salir del barro. Era la aumentación de la máquina para abrir camino en el campo. Pero las fábricas ya no hacen mecanismos duros, la parte frontal de automóviles y camperos se rompe para transmitir el impacto a la parte de atrás. En estos cañones de cristal, el mataburro es un ornamento cromado, la exaltación de la exageración y la protuberancia, es peso muerto, la cereza de plástico sobre el pastel, un destilado de cultura narco, un souvenir nostálgico del pasado arriero, la defensa rígida y cromada contra todo sentido común.
Expresión coloquial que designa cuando alguien reitera insistentemente un reclamo hasta desesperar a su interlocutor u oyente. Es decir, cuando una persona repite a otra el mismo discurso negativo y moralino de las cosas, dándole vueltas al tema y acercándose peligro- samente al fastidio: “¡Ya deja esa cantaleta! que secas hasta un palo de mango”.
En Colombia es sinónimo de cortejar. A la llamada instintiva e irresistible que impulsa a alguien a conquistar a otra persona, la comparamos con el arte taurino. También requiere esfuerzo y técnica. Hay que pensar en los piropos, las invitaciones, el baile, el regalo, el traje adecuado, el perfume y un sinfín de minucias que hacen parte de la faena. Cuando la persona amada está aturdida con tanto galanteo, el pretendiente salta al ruedo, arriesgándolo todo, y si merece oreja (es decir, si lo dicho al oído satisface el orgullo y la vanidad de la persona pretendida), conquista su corazón.
Dícese de la persona que debería servir pero no sirve, que no cumple o le falta berraque- ra (cojones, huevos) para cumplir lo que promete. Aunque sea poderoso, inteligente y adinerado, un chichipato siempre se decide por lo corto, lo tacaño y lo inútil. Su miopía y pusilanimidad lo convierten a en una decepción flagrante, sólo a un paso del estorbo. A veces somos tan chichipatos que no alcanzamos a avergonzarnos de nosotros mismos.
“¿Está seguro?” “100%, es más, póngale la firma”. Expresión que se usa para comunicar seguridad. No hay que estar en lo correcto, uno puede estar mintiendo incluso, pero si se está seguro, póngale la firma. Empezó a usarse en la Colonia con el auge de la firma como ejercicio para oficializar toda clase de documentos. Los hechos no son del todo reales, pero póngale la firma que los orígenes de la frase van por ahí.
Te vas a casar, o tu hijo hace la primera comunión, o es tu cumpleaños, pero no quieres un regalo. No confías en que yo pueda escoger algo que te guste, o tal vez te da pereza tener que ir a un almacén a cambiar algo que no te quede bien. Y sin embargo, así lo prefieras, no puedes pedir que te regalen dinero. No eres asiático, ni trabajas para Vito Corleone. En estas tierras pedir dinero es de mal gusto. Es mendigar, en el fondo. Entonces, me pides que te bañe con mi regalo, que lo haga llover sobre ti, como el arroz a la salida de la iglesia, y pones en la invitación: “lluvia de sobres”. Y yo transformo alquímicamente el dinero en lluvia al meterlo dentro de un sobre dorado y lo deposito en una urna a la entrada de la fiesta, esperando el momento en el que caerá sobre tu cabeza.
Expresión que manifiesta la gracia de descomponerse a base de risas incontrolables, a veces sofocantes, y a todo pulmón y sin vergüenza, lo divertido que puede resultar una situación, un chiste, una puesta en escena o cualquier cosa en esencia chistosa. “¡Estuvo genial, tu prima echó muela hasta llorar! ¡Sus historias son para echar muela!”.
¿Que deje así? Sí, deje así. Sencillo, claro, directo. No darle rodeos al lenguaje o a la situación. Ahorrarse una metáfora, un símil o una retahíla y regalarle al otro o a la otra un ¡deje así! Expresión, así, que permite ponerle fin a una conversación que no deseamos continuar por alguna razón o a una acción que no queremos se siga realizando ¡Pero no es una salida rápida, ni imprudente, ni carente de respeto!, es la valentía de respirar y parar. Que si se casa conmigo… deje así. Vamos a conocer Europa… deje así. Le ayudo a llevar las bolsas… deje así. Metaexpresión, porque ya es meme.
Rebota sin elasticidad y rubrica la lengua, se diluye como un río de azúcar, rara gema tiesa de melcocha y coco, río recordarante de rubios dulcerentes y rara avis entre las más raras avises del caramelo. Muerdes: el dulce seco, duro, de repente cristalino. Recuerdas: el recóndito misterio del coco, la recta melodía de la panela, la rimbombástica dulzura del bocarado bocado. ¿Arranca la muela el coco o el coco tritura la melocharada melcocha? Misterio revestido de recóndita encocoración.
Adjetivo para las personas que se hacen las santas cuando no lo son: “Fernanda es una morronga”. También se emplea como sustantivo: “Mi ex es un morrongo”. Hay morrongos en todo el territorio nacional, pero se cree que se dan más en los climas fríos y templa- dos, donde prevalecen las ruanas. También proliferan en los pueblos con alta incidencia de iglesias. Los morrongos ponen cara de bobo cuando alguien pregunta dónde queda el prostíbulo y se santiguan al pasar delante de él. Las morrongas nunca entienden los chis- tes picantes y dicen cosas como “Sólo he tenido un novio” o “Ésta es mi segunda vez”.
Berraco o verraco es una forma de exaltar la masculinidad de un individuo que ha come- tido una fechoría o una acción temeraria. Existe una sutil variación del significado en la que berraco es quien se ha abierto para recibir el influjo de una fuerza extraordinaria: la berraquera. Berraco resume una paradoja nacional: vivimos con la intensidad de quien se tira por un barranco, celebrando la vida, amándola a rabiar. Algún día, quizás, aprendere- mos a caminar sobre la cuerda floja de las dos acepciones. Ese día habremos reinventado la berraquera para convertirla en un arte de vivir y de morir.
Término utilizado para referir un oprobio personal, de carácter altamente subjetivo, contra personas altamente susceptibles en los aspectos concernientes a las relaciones humanas. Puede surgir como de señuelo por parte del presunto ofensor, mediante el recurso expresivo de una pregunta retórica, para indagar acerca de su sospechada indelicadeza. “¿Se delicó?”, dirá el agraviador, siempre con un dejo de cinismo, a quien se delica.
Forma peyorativa para describir a quien se jacta de pertenecer a una posición socioeco- nómica privilegiada. Tal vez proviene de “goma”, una forma de referirse al gel para el ca- bello del que usualmente abusan los gomelos para lograr una apariencia prolija y refinada. Además de sus actitudes y apariencia, su discurso es su rasgo más característico. Su forma de hablar se distingue por su cadencia, evocativa del dialecto estadounidense de clase alta, y por el uso de muletillas como “marica”, “güevón” y “o sea”: “Marica, le juro que nunca tuve nada que ver con esa vieja, o sea, nada que ver güevón”.
Especímenes que suelen habitar las aulas de clase. Se distinguen por su permanente participación y hacen gala de un desmedido interés en los temas tratados. No confundir con Sapiens. Estas personas se ubican en la línea sapista, nombre de la primera fila o puestos estratégicamente más cerca del tablero y del profesor, con el fin de aumentar su participación y aprovechar el más ínfimo dato arrojado, experiencia comparable al proceso de alimentación de los sapos, los cuales abren su bocota para extraer una larga, curvilínea y veloz lengua para cazar moscas. Y en otros casos, cazar prójimo.
Encontrar la solución de algún problema (matemático) o avería (mecánica) tras haber transpirado durante horas en su búsqueda afanosa, produciendo en quien la encuentra una especie de celebración interior o eufórica, por lo que se cree que dicha expresión proviene de la conocida interjección griega ¡Eureka!, atribuida a Arquímedes, quien corrió desnudo por la calle al descubrir el principio de flotabilidad mientras disfrutaba de un baño.
Yeyo el que le da a la tía cuando se le quema el arroz, a la suegra cuando te conoce y el que le dio a mi papá cuando le dije que era gay, ¡marica, un hijo mío marica! El yeyo es un susto, no tan grave pero tampoco leve. Puede venir seguido del enojo hasta el punto de sentir que te desmayas y convertirte en toda una reina del drama. Sus sinónimos son patatús, soponcio o mal genio. Que no le digan que me pinto las uñas y me pongo faldas apretadas porque se me muere el viejo.
Eso que está olvidado debajo del mueble, entre la pared y la cama, detrás del librero, en el patio, en la cajuela del automóvil, al fondo de algún cajón o una bodega. Aquellos objetos que llegaron misteriosamente a la casa, regalados, olvidados o adquiridos en una oferta absurda. En fin, todas esas cosas de poco o nulo valor, inútiles, sucias, rotas y estorbosas que las personas acumulan a través del tiempo y aunque no las necesiten, no las utilicen, o no sepan dónde ponerlas, por alguna razón también absurda, no las van a tirar.
Al chirrete le gusta la vida fácil. Se dedica a robar artículos personales y atraca mientras se desplaza en motocicletas que alquila o presta a los miembros de su pandilla. General- mente tiene una apariencia estrafalaria, es malhablado, viste pantalones holgados, tatúa su cuerpo, usa aretes, sus cabellos están tinturados y cortados al estilo punk, escucha música champeta y se coloca gorra para cubrir su cabeza y ocultar su cara. Se ha puesto de moda entre los jóvenes imitar su estilo, pero sus padres y parientes cercanos les llaman la atención y les dicen: “¡Ajá! ¿Y desde cuándo eres chirrete?”.
Órgano reproductor masculino, también conocido como guasamalleta, verga, chimbo o, más modestamente, pene. Proviene del sacramental ¡Mon Dieu! que exclamaban las prostitutas francesas al enfrentarse con el miembro descomunal de los jamaiquinos que trabajan en las plantaciones bananeras de la región Caribe colombiana, traídos al continente a principios del siglo xx debido a su vigor infatigable, como ejemplo para la semiesclavizada mano de obra local: “Mira que tiene cipote mondá”. También se usa para hacer referencia a algo que causa asombro: “Este libro es la mondá”.
Término con que se designaba antiguamente el traje de baño en algunas regiones de Boyacá para bañarse en el río o en la piscina. Originalmente era un camisón utilizado por las mujeres, pero posteriormente su uso se generalizó tanto a hombres como a mujeres. Si bien el término ha entrado en desuso por parte de los jóvenes de la región, es referido con jocosidad por sus habitantes en su círculo familiar o de amigos: “No olvides llevar tu chingue para bañarnos la cosa más buena”.
Dícese de aquella situación indeseable, desagradable, insoportable, lamentable, insufrible, deprimente... por la que todos pasamos alguna vez. Entiéndase estar mal de algo... de amor, de dinero, de plan, de calificaciones, de cualquier circunstancia de modo, tiempo y lugar: “Terminé con mi novia, ¡ahora si quedé paila!”.
Significa que esa persona se ha distraído de sus labores o compromisos y ha esperado hasta último momento para realizarlos. Antiguamente, cuando la electricidad era un lujo, si un jornalero no se daba prisa y no terminaba con la luz del día sus tareas, tenía que enfrentarse a la oscuridad de la noche, lo que significaba la visita de espantos y misterios. Por eso la expresión tiene en su interior el miedo ancestral a que la procrastinación termine en pesadilla.
Inspirado en el nombre de un pájaro cuyo agudo canto puede tornarse agobiante. Dícese del fastidio que sentirá la gente cuando tus palabras se tornen manidas y recurrentes; y cuando más que tener una clara meta se vuelvan pura y llana cantaleta. Por eso, cuando una voz te persigue y frecuentemente cuestiona tu actuar, te recrimina y pide cuentas de tus comportamientos, está muy bien en Colombia responderle con un: “Ah... ¡Ya deje el si- rilí!”. ¿Qué es? Sermón molesto, Intenso y Repetitivo, con o sin argumentos a un Individuo, que Luego de un rato, se vuelve Insoportable y pura cantaleta.
Los caleños nombran así al agua a base de una fruta tropical dorada, de pelusa urticante, achatada en uno de sus polos. En las tardes rumberas a finales de los 60 y aún más de los 70, el “agüelulo” fue un agua milagrosa: ponía a los manes a “azotar baldosa” y a las hem- bras a mover el culo. Aquellos eventos rumberos, por extensión, por esas metonimias de la vida, pasaron a denominarse “agüelulos”. Al acto de ir a “tirar paso” se le llamó “agüalulear” y a los chachos y chachas que hasta se escapaban de sus casas y del colegio por acudir a la cita frenética del ritmo salsero “agüaluleros”.
Hay quienes relacionan el vocablo “puya” con palabras latinas como “pugio”, que significa “puñal”, y “pungere”, que se asocia a “punzar”. Esto explica porque “puyar el burrro” designa una presión violenta sobre un cuerpo, hecha con el fin de acelerar un proceso o una tarea de ese cuerpo. La expresión ha ido mutando, toda vez que los burros han sido reemplazados por vehículos motorizados. Así las cosas, a la sombra de la expresión “puya el burro” han crecido otras como “chancletiele”, que refiere el estímulo que se le hace a un automóvil viejo para que arranque mediante la presión rítmica y repetitiva del acelerador. “Chantletiele” es una forma motorizada de “puyar el burro”.
Se usa para denotar la carencia de una posesión material al enfatizar el único ––y último–– ejemplar. Algunos lingüistas argumentan que es un adjetivo redudante, que con “único” basta, pero se equivocan, porque en los países donde la expresión se usa nadie tiene nunca más de una cosa de cada cosa. Imaginen tener veinte de todo, y entonces, como todo es único, se necesita una expresión para ahondar en la carencia de algo que se posee en singular. “No me ensucie los zapatos, que es el veintiúnico par que tengo”.
Persona propensa a pelear (con o sin licor en la sangre) o propiciar riñas por cualquier razón. Quizá puedan materializar la querella o no. Parecería que disfrutan del preludio y de llamar la atención con actos de extrema pantomima y sobreactuación. Por ejemplo: “¡Qué man tan salsita! ¿Será que no lo quieren en la casa?” o “¡Ahí tiene, lo cascaron por salsita!”.
Sustantivo que refiere un problema o una incomodidad. Poner pereque es ponerle palos a la rueda pero con sonido de tra–bar. Se usa de manera coloquial para indicar un hecho molesto. “¡Oiga, no ponga pereque por todo!”. Alguien perequero es alguien problemático. También se utiliza como sinónimo de chanza o broma. En Colombia hubo un programa de humor político llamado El pereque, al parecer porque los políticos en nuestro país son los que más pereque ponen a la solución de los problemas.
Término proveniente del inglés blue jean, perteneciente a la cultura juvenil y muy popular entre los estudiantes que significa tener sexo con la ropa puesta, acariciarse, tocarse con intención sexual. Ejemplo: “Uy, esa Nancy está buenísima parce (amigo, compadre), hágale el viajao (abórdela, conquístela) esta noche en el toque, mínimo se deja bluyiniar”.